Frank Gehry considera que todos aquellos que califican su arte de “arquitectura espectáculo” merecen una peineta. También que el 98% de la arquitectura actual es >; léase: toda arquitectura salvo la suya. Vale. No entraremos a discutir si los descomunales y refulgentes legos de Gehry son o no mierda —espectaculares, en el sentido más aparatoso del término, sin duda sí—, pero conviene detenerse un momento en ese gesto fugaz y terminante, esa peineta española y universal con la que el arquitecto canadiense ha enmudecido a sus críticos pero sobre todo a quienes no lo son. Porque un gesto nunca vale más que mil palabras, por mucho que el gesto sea tan gráfico, inesperado y viral.
Y al frente de la cola de mudos se halla la Fundación Príncipe de Asturias. ¿No tiene nada que decir tras el enhiesto corazón con el que Gehry ha saludado la concesión del premio? No sugerimos que la Fundación hubiera debido responder con una falta de elegancia recíproca, con un gran dedo literal, que por otro lado habría sido en parte comprensible, sino que hubiera debido emitir un breve comunicado extraordinario por el que al señor Gehry se le revocase el premio. ¿Por qué no lo ha hecho? El miedo a ser tachado de totalitario alcanza en España cotas de paranoia surrealista. Si la peineta de Gehry se hubiera dado en Francia, por no ir más lejos, con la subsiguiente revocación del premio, aquí nos habría parecido de lo más natural. Pero no en España: en España al día siguiente le ponemos el nombre de Gehry a un puente y lo invitamos a un bacalao de despedida. Es de suponer que los 50.000 del ala que se ha embolsado con el premio no le parecen tanta mierda. Con la peineta el arquitecto se ha puesto a la altura de Bárcenas, que también es un artista pero de otro tipo.
(El Norte de Castilla, 30/10/2014)