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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Elección incierta

Aun antes de Homero, cabe suponer que las primeras historias que los hombres o los monos se contaban por la noche al calor de la hoguera eran relatos de viajes. Alguno de los hombres/monos que de mañana había salido a cazar cuenta tras el regreso a la noche los pormenores de la aventura. Desde entonces y hasta Snowpiercer, el relato de viajes no ha dejado de ser una constante en la narrativa del ser humano, y aunque por la propia naturaleza cinemática del relato de viajes es el cine el medio que mejor lo desarrolla, la novela no ha terminado de renunciar nunca, con variaciones más o menos originales o delirantes, a él. (La variación última y más radical se da en Ulises, que es la deconstrucción del relato de viajes: un viaje sin épica que transcurre en un día y en el que no se sale de Dublín.) Una de las variaciones más fecundas es la del relato apocalíptico/pseudoapocalíptico, quizá por el hecho de que en un mundo de comunicaciones instantáneas, en el que cualquiera puede visitar la Gran Pirámide de Guiza sin moverse de su escritorio, el único recurso que queda es el del borrón y cuenta nueva: o sea que se cierra el círculo y volvemos a las cavernas. A esta variante apocalíptica se acoge en parte la novela de Eduardo Iglesias Los elegidos, publicada por ‘los libros del lince’.

Título paradójico, pues si hay algo que hermane a los personajes de la novela es su voluntad de elección: personas que asumen la condena de la libertad de la que hablaba Sartre de la única manera posible: ejerciéndola, tratando de que el destino sea una consecuencia de su voluntad y no algo que les viene impuesto desde fuera. Así, no son ellos los elegidos sino los que eligen, o son elegidos solo en el sentido de ser de las pocas personas que realmente se atreven a elegir. Voluntad de los personajes que se va forjando a la par que el relato avanza; los dos personajes principales, el viejo y el chaval —ecos de Moby Dick en el comienzo: >— al arrancar la peripecia se guian por el azar y los impulsos más inmediatos y primarios —hambre, frío, cansancio—, y la concluyen con un objetivo muy claro: una, la última sucursal bancaria que atracar: Caja Navarra Banca Civitas. Esta concreción en el destino mental, en el objetivo de los personajes —un atraco—, tiene su paralelo en la concreción del destino físico: la topografía pasa de abstracta, indefinida, a centrarse progresivamente en la región de Navarra —Yesa, Sangüesa, Olite—, llegándose a indicar incluso la carretera que toman (>).

Como muchos relatos de viajes, empezando por el Quijote y terminando por La carretera de Cormac McCarthy, Los elegidos asocia en gran medida a los personajes en grupos de a dos —viejo y chaval, chaval y chavala, viejo y camionera— y fundamenta su desarrollo dramático en el diálogo. Y aquí hay que hacer una advertencia: absténganse el lector que busque naturalismo o cotidianeidad: > El viejo, mentor no pedido y hombre expansivo, habla, como Alonso Quijano, en citas o en refranes, y trufa su conversación de datos obtenidos de la experiencia o la wikipedia; el chaval, surfista avispado pero de educación escasa, suelta de pronto cosas como: >; o Pericles…>> Por otro lado, no es infrecuente que en el mismo intercambio se tope luego uno con un par de tacos contundentes. La falta de naturalismo no tiene en sí misma nada de malo, y la poética que pretende alcanzar el autor con esta mezcla de registros tampoco; el único peligro es que a veces se rompen las reglas dramáticas que el propio relato ha establecido, perdiendo en verosimilitud y dejando una sensación de incomprensión o confusión, a veces con un punto de ridículo.

Más discutibles que el enfoque son algunas de las decisiones de estilo adoptadas: el uso ocasional de ciertos clichés —>, >— y de frases refloridas —>—; el que al llegar al final del relato comiencen de pronto los personajes a utilizar la terminación —ico/—ica, como si se hubieran vuelto navarros de golpe; o el que la frase recurrente de apertura de varios capítulos —>— troque porque sí en >, para luego regresar a las variaciones con el alba, rompiendo el tiempo cíclico que la rutina de los atracos ha establecido…

Al concluir, Los elegidos deja un poso contradictorio: la sensación de encontrarse con un relato interesante pero que no ha terminado de explotar todas las posibilidades que ofrecía. Por otro lado, la edición de ‘libros del lince’ resulta tan impecable como acostumbra, lo que sin duda —y esto es algo que la mayoría del mercado editorial parece no querer ver, con ediciones cada vez más descuidadas— invita a la lectura (y a la compra).

(La sombra del ciprés, 29/11/2014)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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