El casi seguro despido disfrazado de dimisión del director del Macba se ha fundado en el —al parecer probado— unilateralismo de aquel para cancelar la apertura de la exposición que alojaba la obra La bestia y el soberano, no al motivo de fondo —que la citada obra era >— esgrimido por el exdirector. Sin embargo, masivamente en los foros digitales se pidió el cese inmediato en base al imperdonable atentado contra la libertad de expresión artística de la autora, cuya obra muestra a un lobo que sodomiza a un hombre con pechos que a su vez sodomiza a alguien muy parecido a don Juan Carlos, y ha sido este clamor y no otra la razón real de la dimisión.
La comisión delegada ha preferido pues sacudirse toda sombra de acusación de retrógrada —horror horror— a asumir una rectificación que habría estado perfectamente justificada y no menoscabado la marca Macba. De hecho, el término > empleado por el ex resulta demasiado amable. Directamente podría haber dicho que la obra no interesa, que en el plano estético es anodina y en el plano político tan obvia que produce vergüenza ajena —si esta es toda la crítica que la autora es capaz de hacer de la institución monárquica, mejor que se dedique a pintar rosadas florecillas—. Porque no hay que olvidar que el Macba sigue llevando en sus siglas el término >, y aunque este haya sufrido una deformación tal que hoy hace que englobe cualquier ocurrencia a la que se conceda un espacio —incluso virtual— con un precio de salida, esto no quita para que también las ocurrencias se puedan discriminar. Se supone que esa es la función del museo, el aval que aporta. Pero un provocador de oficio tiene todas las de ganar: aunque su obra sea inane, el recurso a la violación de su libertad de expresión es infalible: quien lo critique, aun solo por razones estéticas, será tachado de reaccionario. O estás conmigo o a la hoguera. Esta posición se llama fascismo.
(El Norte de Castilla, 26/3/2015)