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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Caras de la libertad – Ciclo 'Inéditos. Talentos del s. XXI'

El que más directamente lo afronta es La seguridad interna, del alemán Christian Petzold. Con una sobriedad, una economía de medios y un pulso narrativo admirables, Petzold describe el último intento de un matrimonio de exterroristas del RAF por dejar atrás un pasado perseguidor que les ha llevado a hacer de la huida su forma de vida y que adopta el cuerpo de una justicia latente e invisible, pero justo por ello más amenazante. El mayor lastre en la consecución de su objetivo no tiene sin embargo nada de latente ni invisible: el mayor lastre es una hija adolescente que comienza a estar harta de años y años de tránsito, sin tiempo para hacer amigos, sin otra educación que la que su madre le imparte en donde sea que estén viviendo —que estén ocupando—, sin otro futuro que la incertidumbre. La adolescente —una magistral Julia Hummer, contenida pero llena de matices, en una interpretación mucho más profunda que las habituales en los actores de catorce/quince años, cuya atracción se suele basar casi por completo en las peculiaridades brutas de su físico— ha descubierto o creído descubrir el amor, y esta fuerza incontrolable le hace cometer ciertos deslices que rompen la cápsula familiar y así ponerla en peligro antes de la operación final. El desenlace, abrupto y (semi)abierto, deja al espectador un tanto frío: da la sensación de que el film, más que terminar, se limita a detenerse.

Los obstáculos que los personajes de Occidente tienen que superar para alcanzar la libertad —y su pariente más cercano, la seguridad— no son tan concretos, no están tan aislados como en La seguridad interna, ni les imprimen una urgencia vital similar, pero su presencia no deja de ser constante. A ellos les mueve el deseo por encontrar una estabilidad laboral y familiar que les insufle ilusión y haga escapar, al menos en parte, de la grisura rutinaria en la que se ha instalado la sociedad rumana tras la caída del comunismo —>, pregunta uno de los personajes; y la mujer a su lado, compañera de trabajo basura y posible relación afectiva, se encoge de hombros por toda respuesta: qué puede decirle, es lo que hay—. Urge por tanto abandonar Rumanía y dirigirse hacia ese occidente del título que es a la vez meta y metáfora de una vida digna, una vida que uno tenga ganas de vivir (que luego la realidad no se ajuste a la ilusión es otro tema). Sobre esta base tan proclive al panfleto y al tremendismo, Cristian Mungiu prefiere optar por un tono de comedia costumbrista y sepia capaz de convocar ocasionalmente a la risa y permanentemente a la sonrisa, y siempre sin grandes llamadas de atención, en un equilibrio dificilísimo que logra sostener durante todo el metraje de un relato que es una suerte de mandala coral entrelazado con tanta precisión como naturalidad aparente. Un debut pues que hace justicia a la filmografía posterior de quien es quizá la voz más fascinante que ha dado el cine europeo en los últimos quince años.

>, dejó dicho Jean-Luc Godard, y en River of grass la cineasta americana Kelly Reichardt lo lleva a la práctica casi de manera literal: con esos dos elementos como detonantes articula una trama mínima pero suficiente cuyo resultado es un cóctel cómico/existencialista, entre Jim Jarmusch y Buster Keaton, que puede verse, sin dejar de ser la misma película, como el negativo de Amor a quemarropa: el disparo detonante es involuntario y no hace blanco, el botín necesario para escapar es un cuarto de dólar para el peaje pero la pareja protagonista ni siquiera puede reunir esta cantidad. Es un film de una ironía brutal —>, dice la narradora al darse cuenta de que nadie ha muerto y no los persiguen—, con un uso magistral de ese recurso por lo general tan cómodo y falso que es la voz en off, y cuyo único punto negro es un final que rompe sin necesidad con el tono del relato. Por último, Made in Israel (Ari Folman, 2001) supone otra cara en el poliedro de la comedia: en este caso la cara más verborreica, más esperpéntica, más disparatada. Punto de vista que demuestra que de cualquier tema, por delicado que de entrada resulte—en este caso la ejecución por el estado de Israel del último nazi vivo participante en el Holocausto—, se puede hacer humor, y llegar a una reflexión más honda, si se tiene talento y valentía.

(El Norte de Castilla, 31/10/2015)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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