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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Swing al rojo

Con treinta y un años y cuatro discos a su nombre, el inglés Anthony Strong se ha convertido en una de las voces —en el sentido literal y en el figurado— más demandadas en el panorama musical. Y decimos musical porque la propuesta de Strong ha alcanzado muchos oídos fuera de los del aficionado al jazz, para alegría de su casa de discos y —esperemos— también de su cuenta corriente. Se trata de una propuesta de planteamiento diáfano, frontal, que no sorprende ni lo pretende, cuyo único riesgo, pero en modo alguno riesgo menor, radica en la calidad de la ejecución. Armado con un piano y su garganta, acompañado por una sección rítmica y arropado por una orquesta de cuerdas y vientos de extensión variable (aunque en Palencia se presentará en formato de quinteto clásico), Anthony Strong se afilia a esa larga estirpe de vocalistas/instrumentistas que desde los felices veinte no ha dejado de ocupar, en islas más o menos extensas, un espacio en el espectro del jazz; una estirpe cuyo primer rey, que por obvio con frecuencia se omite, fue Louis Armstrong —Armstrong fue el primer rey en casi todo—, y que va desde Nat King Cole a Chet Baker o Jamie Cullum, es decir músicos indefinibles, bipolares, que no sabemos bien si son cantantes que tocan un instrumento o instrumentistas que cantan, porque las dos cosas las hacen más que bien.

Con cierta laxitud, crónicas y reseñas no dejan de asociar el nombre de Strong con el de el último de los citados y con el de Michael Bublé, pero no espere el oyente encontrar el tratamiento punk que Cullum suele imprimir —o solía— a los clásicos de la canción popular americana, ni tampoco —por fortuna, aunque en ciertos momentos se le aproxima peligrosamente— el empalague pagado de sí mismo del canadiense; Strong es una suerte de Harry Connick Jr. con menos querencia por el blues y un timbre menos terroso, cuya mayor virtud es la capacidad de insuflar un swing irrestible a cualquier pieza, venga de los pentagramas del pop clásico o del contemporáneo —Elvis Costello—, de los del soul de la Motown o firmados por él. El otro gran activo de Strong es un indudable poder escénico; pese a su juventud, Strong tiene tablas y sabe cómo usarlas —forjadas en muchas veladas nocturnas como acompañante o solista, que es como se han de forjar primeramente los músicos de jazz—, e irradia ese magnetismo natural, inapresable, a la vez cercano y lejano que tantos políticos desean pero que casi ninguno alcanza.

Que un músico dé lo mejor de sí mismo en directo resulta siempre de agradecer, más en esta realidad cultural virtual y saturada en que vivimos, donde la atención por un nuevo lanzamiento dura lo que se tarda en mencionar y su vida útil termina en el mismo momento de salir al mercado.

(El Norte de Castilla, 13/11/2015)

@enfaserem

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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