El broche a esta edición de marcado carácter vocal lo pondrá, por vez primera, una voz femenina: la del fenómeno barcelonés Andrea Motis, quien con veinte años es ya una muy demandada presencia en los festivales de la Península y Europa, y aun más allá. Motis es el rostro más fresco y mediático del combo que colidera junto a Joan Chamorro, pero es este, mentor de aquella, multiinstrumentista y hombre cuya entrega musical alcanza unas cotas de generosidad infrecuentes —en él la formación ajena y la formación personal forman un todo inseparable—, el que orquesta el combo en el más amplio sentido, como un demiurgo que desde la retaguardia y al amparo de su contrabajo no dejase de equilibrar las distintas fuerzas que se despliegan ante él.
A quien no la haya escuchado, la voz de Andrea Motis —que dobla también a la trompeta y a los saxos soprano y alto— le remitirá quizá a la de la celebérrima Norah Jones: un punto nasal, con un delicado, quebradizo equilibrio entre acidez y calidez; posee por otro lado una articulación en inglés más que decente, asignatura esta con la que muchos cantantes españoles, en especial los de las bandas indie-rock, siguen tropezando. Pero un vocalista de jazz no se define en primer lugar ni por la articulación ni por el color o el vibrato de la voz, sino por el fraseo; es este el que lo separa de los cantantes pop o de orquesta, y el que determina su escalafón dentro de los del género. Y el fraseo de Motis es soberbio: flexible, relajado, sin perder nunca el pálpito del swing; tiene, además, la valentía de no acomodarse ni en el registro ni en las cadencias que le resultan más familiares, arriesgando cuando toca incluso si ese riesgo supone un ocasional regate en falso. El abanico de caracteres que despliega en escena es igualmente vario; puede si quiere ponerse pizpireta, hasta infantil, sin por ello perder un ápice de fuerza ni de magnetismo, en un dominio de las tablas que se diría impropio de alguien tan joven si no diera la impresión de tratarse de su hábitat natural.
Completa el talentoso quinteto una sección rítmica formidable, con dos clásicos incontestables del jazz nacional —Ignasi Terraza a las teclas y Esteve Pi a los parches y platillos—, a los que se unen las exquisitas seis cuerdas de Josep Traver. Como propina, el grupo se verá acompañado por el saxofonista americano Joel Frahm, uno de esos músicos cuyo reconocimiento es muy inferior al que merecería. Con un sonido de tenor robusto y cálido —en las baladas arrebata, con ecos de Ben Webster— y una imaginación de tintes bop inagotable, fundada en una técnica tan depurada como contenida, Frahm es la guinda del suculento pastel programado para despedir esta segunda edición del evento palentino. Acaso en el escenario del Teatro Principal Chamorro y Frahm se confabulen en un duelo de saxos en el bis que seguro pide el respetable. No se nos ocurre mejor manera de concluir el festival.