Hillary Clinton es un desastre. Los mejicanos, un pueblo de delincuentes y violadores. El cambio climático un cuento inventado para potenciar la industria china. Estados Unidos debería prohibir la entrada en su territorio de todos los musulmanes. Palabra de Trump. Amén. Donald Trump es la versión WASP de Berlusconi, alguien cuyos eructos e imagen crean la impresión de una caricatura burda, de un freak con el mismo cerebro que un calcetín y la misma ética que una piraña. Convendría no engañarse. De tonto Trump no tiene ni un solo pelo de su quizá injertada cabellera; conoce mejor que nadie que nos movemos en un mundo donde el impacto obtiene más rédito —y más inmediato— que el discurso destilado. Que crea o no lo que dice es menos relevante que el hecho de decirlo, y cómo lo dice. Trump, vendedor congénito, no ha dudado en venderse a sí mismo de la manera más eficaz —en no otra cosa consiste la política—, dando cuerpo a la dialéctica blanquinegra de Bush júnior con una puesta en escena mucho más contundente, sin la sensación de veleta que dejaba el otro. Se vende como el millonario hecho a sí mismo, el hombre franco y sin tiempo para minucias como la ley o la buena educación. Para Trump cualquier ley es una restricción, un obstáculo que ese demiurgo confuso llamado > se inventa para hacerle más difícil al hombre de a pie la consecución del objetivo de cualquier vida: hacerse rico, la vía más segura para ser feliz. Como Bonasera ante don Corleone, Trump puede afirmar que >, y esa fortuna le da margen para soltar lo que le da la gana, y además calar en el pueblo. (Uno prefiere este populismo frontal que el hipócrita de instrumentalizar a un niño de pecho.)

Se comprende que un tipo así haga rechinar el exquisito Parlamento inglés. Pero negarle la entrada en el Reino Unido sería un error descomunal, sobre todo porque no es en absoluto imposible que tuvieran que rectificar tras el próximo noviembre.

(El Norte de Castilla, 21/1/2016)

@enfaserem