¿Merece Samuel L. Jackson la candidatura a Mejor Actor Secundario por su rol en ‘Los odiosos ocho’? Probablemente. Pero todo premio, incluso el que parece más evidente (Messi), es discutible por definición, pues implica a una disparidad de sensibilidades, de subjetividades (el jurado que lo concede). Lo que no es subjetivo es el color de la piel o la lateralidad, y por ello mismo no pueden considerarse como criterios condicionantes en la valoración. Establecer por norma una cuota de negros entre los actores candidatos a los Oscars sería como establecer una de zurdos entre los jugadores al Balón de Oro.
Lo más deprimente y grave del asunto es que la presidenta de la Academia ya ha anunciado que adoptarán las medidas oportunas para que en próximas ediciones haya >, y así garantizar la presencia de actores negros en la gavilla de candidatos. Y uno se pregunta: ¿qué pasa con los de raza india? ¿Qué con los albinos? ¿Y con los que tienen síndrome de Down, o con los pelirrojos? ¿No habría también que reservarles una cuota? El razonamiento, por así llamarlo, puede estirarse hasta el infinito. Es por ello que hay que poner un límite, y este no puede ser otro, con toda su discutible porosidad, que el mérito artístico; falible, desde luego, pero el único justo, y el único que respeta a las minorías. Solo que el criterio del mérito no encaja en la actual cultura de la inclusión, esa que al llegar el final de curso concede trofeos escolares a todos los niños de la clase, esa que condena la discrepancia como si se tratase de una agresión personal, y que es tan hipócrita como peligrosa: pensamiento único, fascismo disfrazado de buenas intenciones.
Por otro lado, a partir de ahora cuando un intérprete negro reciba la estatuílla se cernirá sobre él la sombra hitchcockiana de la duda, en el público y —ay— hasta en el propio intérprete: ¿Me lo han dado por mi arte o por el pigmento de mi piel? Bien por Will.
(El Norte de Castilla, 28/1/2016)