En el falso y magistral documental de Woody Allen ‘Zelig’, el protagonista que Allen encarnaba padecía un raro trastorno que le llevaba a adoptar las idiosincrasias verbales, e incluso las físicas, de las personas con las que se encontrase en ese momento: metamorfosis con el entorno humano destinada a no crear conflicto alguno, a sentirse seguro, de alguna manera querido.
Es la táctica que viene empleando Pedro Sánchez en la rueda de contactos para recabar apoyos. Cuando se ha visto con Rajoy, traje de raya diplomática, corbata de nudo Windsor y gesto sobrio; cuando con Rivera también traje, pero menos envarado, y en los encuentros con Iglesias fuera la corbata, pantalón de sport y botón abierto, que no estrangule la nuez. Hasta ahora la táctica se ha revelado ineficaz, e incluso ha dado lugar a una situación embarazosa, en la última gala de los Goya, que puede suponer el descalabro de la misma. Ante la mayoritaria presencia de afines, Sánchez estimó que un atuendo —supuestamente— desenfadado, pese a las exigencias de etiqueta, daría una imagen más dinámica y —de nuevo supuestamente— más >. En cambio Iglesias se presentó con esmoquin, como correspondía, como hicieron todos o casi todos, y el hecho ilustra quién baila al son de quién en las negociaciones. Sánchez/Zelig se muestra tan ansioso por ser presidente que es capaz de mutar las, al menos teóricas, posiciones de su partido con la facilidad reversible con que se pone y se quita la corbata. Ha olvidado que pactar no supone resignarse, y ahora mismo se halla en un punto decisivo, pues cambiar de táctica a estas alturas traería consecuencias catastróficas, al poner de manifesto de manera aun más clara la mezcla de ansiedad y fragilidad. Si la táctica no cuaja y toca volver a las urnas, Sánchez se habrá posicionado unos cuantos pasos por detrás respecto de los otros candidatos, y las botas políticas de siete leguas hace tiempo que se dejaron de fabricar.
(El Norte de Castilla, 11/2/2016)