La que se ha montado con el montaje. El responsable, Miguel del Arco, se ha justificado: >. No son extremos excluyentes. Cualquiera puede citar una docena de propuestas con voluntad transgresora que lo único que provocan es hastío. Aparte de que el > no tiene por qué implicar transgresión. Toda obra de arte provoca una reacción en el receptor, solo faltaba, y aun la obra que no es de arte: recibir por sorpresa un escupitajo en la cara seguro que provoca un sentimiento visceral e inmediato en el alcanzado, y no cabe calificar de arte tal acción bucal.
Pero tenga más o menos mérito la versión de del Arco, lo único que resulta ofensivo en todo el asunto es el empeño de ciertos espectadores por reventar la función sin haberla visto. Presentarse en el teatro silbato en boca es como si un juez se presentase a la vista preliminar con la sentencia ya firmada. Aquí en Seminci se tiene la saludable costumbre de patear la proyección que no gusta, pero se patea después. Primero —aparte de por el respeto que se le debe al elenco, trabajadores haciendo su trabajo—, por una cuestión de urbanidad básica, en la que parece los del silbato no han reparado: que a lo mejor al vecino de butaca si le está gustando la proyección; o no le está gustando, pero no quiere que lo interrumpan, que para eso ha pagado sus buenos euros por la entrada. Ruiz-Gallardón se levantó en mitad de la representación y abandonó la sala en silencio, acaso para depurarse en su salón escuchando exquisitamente a Bach. Bien por él. Y segundo, porque con tanto ruido contra/pro todavía uno no ha conseguido dar con una crítica que se refiera a lo único que debiera importar: la obra. ¿Es un bodrio, una medianía, una genialidad? No se sabe. Una falta de juicio que, cabe sospechar, es lo que más lamentan los participantes en el montaje.
(El Norte de Castilla, 16/6/2016)