La penúltima de Trump ha sido sugerir que Hillary Clinton acudió al segundo debate electoral pelín puesta, y que debería someterse a los candidatos a un test de drogas previo al tercero y último en Las Vegas. ¿Qué puede replicarse ante una estocada así? ¿Hay que dignarse a replicar? Si Clinton calla, Trump podrá seguir alimentando, antes y después del debate, la sombra del rumor, que suele suponer más papeletas que los hechos y las cifras, pues los hechos y las cifras son recibidos también como rumores desde el momento en que salen de la boca de un candidato, y además aburren y se olvidan, cosa que no el rumor venenoso, o no tanto; si no se niega al test, Trump se felicitará porque su oponente no consuma drogas y esté en el mismo barco que él, ningún americano querría tener a un adicto por presidente y de ahí su interés, por completo aséptico. Nótese el subtexto: lo que busca Trump —precisamente él— es una campaña >, que es el término que se aplica a quienes ya no consumen, pero para ya no consumir hay que haber consumido antes, y así, como efecto colateral, la sombra se proyectaría sobre Clinton de igual modo.
Hay quien ve en la forma de actuar del candidato republicano una suerte de actitud punk, de derribo de las convenciones impuestas, de hacer las cosas uno mismo, de no resistirse a los propios impulsos, esa frontera donde el punk abraza al surrealismo y que le confiere uno de sus rasgos esenciales: la ingenuidad. El punk es tosco, sí, pero sin máscaras. Nada más alejado del calculado proceder de Trump, capaz de pasar del exabrupto escandaloso a envolverse en victimismo en un ay. Calificado certeramente como >, término abusado y pervertido, lo más notable del personaje no es esta postura pseudopunk sorprendente en un candidato, lo más notable es que siga ahí, en la pomada. El resultado en noviembre es más anecdótico que central en cuanto a esta campaña insólita se refiere. Sea cual sea, Trump ya ha ganado.
(El Norte de Castilla, 20/10/2016)