Exposiciones, conciertos, talleres de manualidades, conferencias… Las actividades difusoras programadas para conmemorar el siglo y medio desde que España y Japón establecieran trato diplomático oficial caen sobre Valladolid como una lluvia lenta y constante de farolillos de papel en la noche. ¿Dejaremos que los farolillos nos alumbren el interior, sacudan siquiera un poco los pilares de nuestra cultura/conciencia, muchos de los cuales hemos asumido sin cuestionar? Breton clamó por Persia, pero igual podría haber clamado por Japón y la sinécdoque no habría perdido fuerza; de hecho, hoy Japón simboliza como ningún otro país asiático la fascinación y extrañeza que tiene Oriente a los ojos occidentales.
Esta fascinación es similar a la que producen muchos grandes pensadores: la capacidad para contradecirse, para sostener dos puntos de vista distantes e incluso opuestos con la misma, seductora convicción y sin que necesariamente esté presente la paradoja. Como el pensador, Japón fascina porque abraza esas contradicciones como algo natural: la soledad más acusada con las aglomeraciones más irrespirables; el silencio casi sólido con el ruido casi sólido también; la serenidad desnuda de la geometría botánica con el caos urbano de bocinas y neón; el zen con el yen.
Lo cual demuestra que no es imposible, que existen otras vías de organización mental y espiritual que la de casillas estancas y excluyentes a que tan dados somos por aquí. Derecha o izquierda. Creyente o ateo. Conmigo o contra mí. Bueno, no tiene por qué. Se puede disfrutar de Bach con la misma pasión que de Sonic Youth. Escribir poemas y pintar acuarelas. Beber tinto y blanco. Las casillas mentales no son muchas veces sino construcciones artificiales producto de la rutina, el miedo o el ventajismo. Puigdemont debería darse un paseo por el monte Fuji más que por Bruselas. Todo el que pudiera debería.
(El Norte de Castilla, 8/3/2018)
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