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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Todos los días el día

harold-ramisEn la turbadora y magistral El sacrificio de un ciervo sagrado, un adolescente anhelante invita al cirujano que operó a su padre a cenar y ver una película en su casa, junto a su madre y él; añade: <<Era la película preferida de mi padre>>. No se menciona, pero se vislumbran un par de fotogramas mientras los tres la están viendo; se trata de Atrapado en el tiempo. Difícil dar con una cinta que contrapese mejor la atmósfera, la estética, el tipo de risas de El sacrificio… que la dirigida por Harold Ramis hace un cuarto de siglo. El tópico afirma que con buenos sentimientos solo se escriben malas narraciones, pero el tópico, como suele, desbarra; en este caso, en la concepción que da a <<bueno>>. Los sentimientos de Yorgos Lanthimos y de Ramis, cuyos filmes distan tanto en tantos aspectos, son los mismos e igual de buenos: rendirse a la idea que hizo surgir el film y no regatearla cuando surjan obstáculos; puede tratarse de una idea errada, se puede errar en la realización, pero el impulso es el mismo: un impulso ético. Un film como Anticristo, con toda su <<dureza>> y <<gravedad>>, no es más que un empeño viciado (e ingenuo) por tratar de escandalizar; en otras palabras, pornografía. En cambio Atrapado en el tiempo, producto que a quien se acerque por primera vez a él sin referencias es muy probable le produzca un prejuicio de banalidad, hasta de tontería, logra conmover como una pieza musical favorita, despertar la risa más natural, mover a la reflexión e incluso a la especulación filosófica; y sin énfasis, con la sola narración de un cuento que, de modo paralelo a la peripecia que acontece al protagonista, puede verse una y otra y otra y otra vez y extraerse siempre algo nuevo, como una esquina que habíamos doblado mil veces de repente un día nos descubre una perspectiva inédita de la calle a la que desemboca, insuflándole —e insuflándonos— nueva luz.

¿Cómo se obró el milagro? Como muchos milagros, sus hacedores principales, Ramis y el guionista e ideólogo original Danny Rubin, no podrían dar una respuesta (si pudieran, lo habrían repetido, pero la repetición, por definición, es contraria al milagro). Nos centramos en ellos porque Atrapado… es uno de los ejemplos más incontestables de ese mantra que productores y demás bustos promocionales de una película no dejan de decir, pero en el que, vistos los resultados, creen solo relativamente: el de que el guion es la piedra angular desde la que construir el edificio fílmico, y que cuando es bueno lo mejor que puede hacerse es no tocarlo mucho. Sin duda el resto de ingredientes contribuyen a la alquimia artística de la pócima final —entre otros, la elección del elenco, también de la por lo general bastante sosa Andie MacDowell, quien completa el personaje en todas sus facetas; el montaje, cara complementaria del guion y la otra gran clave del milagro, capaz de sortear el principal obstáculo que plantea aquel (la repetición de escenas y encuentros) sin perder nunca la fluidez, gracias a la ajustadísima duración de cada escena y plano; la localización del pueblo de Illinois que finge ser Punxsutawney, Pensilvania—, pero es el guion el único imprescindible; cabe imaginar incluso un Atrapado en el tiempo sin Bill Murray; lo que no, imaginarlo con algún cambio en el libreto que no lo minore.

bill-murrayEl punto de partida es tan sencillo como ingenioso. Un equipo de televisión formado por tres miembros (cámara, productora y presentador, que es el <<hombre del tiempo>> de la cadena) viajan el 2 de febrero a la citada localidad de nombre casi impronunciable para cubrir la festividad de El Día de la Marmota, esa tradición inconcebible para alguien que no sea americano o canadiense en la que el animal es despertado y sacado de su madriguera para predecir si el invierno se prolongará por seis semanas más; si percibe su sombra y se vuelve a meter en la madriguera, es que sí; si no la percibe y se queda a la intemperie, pues que no. Phil (el personaje de Murray, que se llama además como la marmota meteoróloga) no oculta el desdén ácido que le produce todo ese tinglado de paletos que se ha visto obligado a relatar por cuarto año consecutivo, y lo único que desea es hacer las tomas debidas por la mañana y regresar a Pittsburgh cuanto antes, para no regresar jamás. Pero una nevada bíblica ha cortado las carreteras, y la troika se ve obligada a volver y pasar la noche en el pueblo. A la mañana siguiente, a las seis en punto como el día anterior, la radio-despertador abre los ojos a Phil y este amanece con idéntica canción. Pero no es que hayan repetido por error la grabación en la emisora de radio: la canción es la misma porque Phil ha vuelto a amanecer en el 2 de febrero. Y ya está; el resto de la película no es sino un bucle de amaneceres en el mismo día, en el que el solo factor cambiante es Phil, quien, sin envejecer, es para su (des)gracia la única persona que puede recordar lo acontecido, la única también que, con los conocimientos que adquiere, influir en el devenir de los acontecimientos predestinados. Vive así en un día cíclico con variaciones, o, por decirlo con Cortázar, son para él (más o menos) todos los días el día.

groundhog-dayEl guion es pues una bofetada contundente, como una de las muchas que se lleva Phil de manos de Rita (MacDowell), a la obsesión por la trama, por el despliegue de la narración como concatenación de silogismos. Atrapado en el tiempo cuenta una historia (y qué historia), pero en esencia no es más que el estudio de un personaje sin avance (aunque no deje de desarrollarse). Phil atraviesa distintos estadios, algunos similares a los clásicos que la psicología atribuye al proceso de duelo: incredulidad, negación, indiferencia, ira, megalomanía —<<No he dicho que sea Dios. He dicho que soy un dios>>—, depresión —intentos de suicidio incluidos—… y finalmente aceptación. Que es el estadio que plantea las cuestiones centrales, resumidas en: ¿qué haríamos nosotros en tal situación? (Casi) todo el mundo quiere vivir por siempre, acaso en la creencia de que, si dispusieran de una vida eterna, llevarían a cabo una multitud de empresas que el tiempo finito que nos ha sido dado vuelve inviable. Puede concederse, pero desde un punto puramente estadístico, matemático: con tiempo infinito, no se puede demostrar que no se llevarían a cabo esas empresas. Claro que llevaría mucho. El hombre, por más que lamente los errores cometidos, no deja de repetirlos; se repite la situación y se repite el error. No tropieza dos veces con la misma piedra, tropieza tantas que la piedra, harta de que la golpeen, termina por largarse. Con todo, a fuerza de ensayo y error más pronto o más tarde terminamos —siquiera parcialmente, siquiera hasta que lo olvidamos— aprendiendo, enriquecidos por la experiencia. Phil, Sísifo de El Día de la Marmota, resuelve al cabo emplear su eternidad no en adquirir información sobre los gustos de la cachonda del pueblo y así llevársela a la cama, o en jugar al ratón y al gato con la policía, sino, en efecto, en aprender destrezas dispares —tocar el piano, hacer esculturas de hielo…: Ramis calculó grosso modo que el personaje debía de haber pasado entre 30 y 40 años en el pueblo— y, más importante, en hacer que el día del resto de los antes desdeñados paletos resulte lo más redondo posible: un empeño gratuito en sentido pleno, pues al día siguiente nadie se va a acordar de que lo han ayudado, y por tanto de ninguna manera podrá Phil recibir una compensación; él ha cambiado, aprendido, y es mejor persona. Atrapado en el tiempo, en suma, viene a decir que hay que intentar vivir cada día como si fuera el último, pues no sabemos si lo será. Y esta filosofía, que suena facilona, de libro de autoayuda de aeropuerto, resuena honda y cierta en el espectador una vez el bucle temporal se rompe y la película llega a su fin. Se trata, sí, de uno de esos milagros de que solo el arte es capaz.

(La sombra del ciprés, 12/5/2018)

@enfaserem

 

Ficha del film

Título: Atrapado en el tiempo (Groundhog Day)

Año: 1993

Dir: Harold Ramis

Int: Bill Murray, Andie MacDowell, Chris Elliott

EEUU, color, comedia, 101 mins.

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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