El demiurgo de una maraña financiera de dimensiones galácticas, exsenador y extesorero del partido gobernante, es condenado a más de tres décadas de prisión y califica la sentencia de <<política>>. Un partido presenta una moción de censura tan apresurada que se registra —con un listado de firmas <<preautorizadas>>— antes de la celebración de su comisión ejecutiva. El presidente de una de las entidades territoriales administrativas en que se divide un Estado declara unilateralmente la independencia de dicha entidad; es cesado y huye al extranjero envuelto en la noche; más de medio año después, sigue allí (bueno, en un país distinto). Pero España no camina sola. Un expresidente lanza su candidatura desde la celda carcelaria que ocupa, pese a estar imposibilitado para ello; las encuestas aseguran que obtendría más votos que los acumulados por los otro cuatro candidatos siguientes. El multimillonario estadista de la mayor potencia mundial gobierna a golpe de tuits atómicos. Y así podríamos seguir.

Chesterton se maravillaba de la falta de maravilla que experimenta el hombre ante la realidad de la vida cotidiana: ¿no es mayor motivo de asombro el caminar sobre dos piernas que el volar sobre una escoba? Hoy Chesterton no podría comparar. Vivimos en una realidad alucinatoria. El delirio informativo nos debería agredir con la contundencia de un nocaut, y sin embargo lo aceptamos, por saturación, con casi indiferencia. El estímulo de indignación, si surge, dura lo que tarda en llegar el siguiente titular, que es nada. Se da una ambivalencia radical: por un lado el asombro atónito que pedía el escritor inglés; por el otro, la sensación invencible de que todo está ya visto. Ocurre que el posible asombro es fugaz como un parpadeo, y el hastío se prolonga y acomoda y deviene en rutina anestesiante. ¿Hasta cuándo? Parece una pendiente irreversible, salvo que aparezca un Chesterton y nos despierte. Claro que para eso habría que escucharle.

(El Norte de Castilla, 31/5/2018)

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