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Eduardo Roldán

ENFASEREM

El purgatorio de la infancia

luis-bun%cc%83uelNadie es profeta en su tierra, asegura el dicho, ni siquiera si el profeta es un profeta ateo y la tierra, tierra de adopción. Apenas hacía un lustro que la mayor masacre conocida por el hombre había llegado —formalmente— a su fin, y ya los primeros frutos de la obligada reconstrucción económica ahondado las diferencias anteriores a la guerra. Los ricos ocupaban ahora rascacielos como fortalezas; sobre los pobres esos rascacielos proyectaban sombras interminables. Es en este contexto donde arranca la ficción más austera y áspera, aunque no por ello menos poética, de Luis Buñuel, aquella donde el caudal de su imaginación menos se separa de la realidad inmediata, a ras de barro o ras de asfalto, que lo rodea. Realidad inmediata pero no atendida, como ya desde el título se deja claro. Y así Los olvidados, por la osadía de retratar a la clase de desclasados que la sociedad biempensante se negaba a reconocer, duró en cartel solo tres días, y fue necesario el refrendo al otro lado del Atlántico en el Festival de Cannes al año siguiente de su estreno para que en Méjico se envainaran la cerviz y le concedieran una segunda audiencia pública.

A propósito de Viridiana, Buñuel dijo que <<nunca tuve la intención de escribir un argumento de tesis. … Solo los imbéciles tienen esas pretensiones>>; sin embargo, y sin rastro alguno de imbecilidad, en Los olvidados la tesis es clara, desde el arranque en off. Esa megalópolis que es Ciudad de Méjico, maraña de avenidas como serpientes retorcidas e infinitas, bosque de chimeneas incansables, junto a ese rumor que no cesa, el rumor del dinero que cambia de manos, pero siempre entre las mismas manos; todo ello se asienta sobre una masa precaria, y lo más trágico es que la masa en gran medida no lo sabe, sobre todo la masa más joven: bastante tiene con llegar al final del día, y si para hacerlo hay que atracar a un lisiado sin piernas y arrojar, casi alegremente, carretera abajo el ínfimo carrito que constituye su medio de transporte, sea; y si hay que robar a un ciego la limosna que ha recolectado gracias a su música, y luego destrozarle los instrumentos con que se gana el sustento, sea también. El interrogante moral clásico que plantea el film —¿el mal nace o se hace?— recibe pues una respuesta tajante, sin fisuras: se hace, y no dejará de hacerse mientras la maquinaria social se mantenga como está y no haya otras manos que comiencen a manejar dinero, siquiera a un nivel de subsistencia sostenida. <<Hay mucha miseria y demasiadas bocas que alimentar. Tu papá no regresará. Estas cosas ocurren todos los días>>, le espeta el ciego al niño abandonado a quien quiere engatusar como lazarillo (<<Ojitos>>, ironía brutal).

los-olvidados-1Con estos mimbres el espectador que desconozca a Buñuel es probable sienta una repulsa invencible; y el que sí lo conozca un desconcierto profundo: ¿Buñuel haciendo buenismo, Buñuel explicando? En modo alguno. Si bien la cinta —insistimos: no hace falta ir más allá del primer par de minutos— no deja margen a la duda en cuanto al mensaje, la manera en que se expone se halla a una vía láctea de la moralina y el didactismo sin matices, y en nada, pese a las intervenciones citadas y otras análogas, resulta la narración repetitiva. Hay un hilo argumental claro, pero la fuerza radica no tanto en el contenido del hilo —que, aun terrible, es, por lo conocido de los mimbres (la huida de un reformatorio, la venganza contra el posible delator que se desboca como una imparable bola de nieve), casi banal—, como en las pinzas, imágenes imborrables que no solo cuelgan de aquel sino que lo sustancian —la leche blanquísima y virginal que la joven Meche (¿otra ironía?) se vierte en los muslos, la invisible y nutricia que mama ansiosa la boca de Ojitos directamente de la ubre, toda la secuencia onírica del primer sueño de Pedro…—, y en el tratamiento con que el hilo se muestra. No es accidental que sean precisamente las imágenes que con mayor profundidad se anclan en la memoria las que se salen del tono general adoptado por Buñuel, quien, con inflexible humanismo, con hondísimo respeto por la historia y el espectador, no se deja arrastrar jamás por la pendiente del énfasis gratuito; Buñuel narra a distancia de la acción (por lo común, en plano americano o plano figura), sin necesidad de incluir un inserto del golpe cada vez que se propina un garrotazo o una cuchillada; lo cual es mucho más conmovedor, por el cariz naturalista que la distancia proporciona y porque a esa distancia el espectador se siente —paradoja solo aparente— más cercano a la acción, al ubicarse en un punto que, de presenciar una escena similar, estaría ocupando con mucha mayor probabilidad que pegado a la víctima. De modo parejo, en pos de reforzar ese naturalismo, el director de Calanda renuncia aquí al particularísimo influjo hipnótico de tantos títulos suyos, al restringir el habitual empleo sinuoso de la cámara a unos pocos y muy simples movimientos, cuando no se ciñe al cuadro fijo.

los-olvidados-3Por lo dicho cabe colgar, como se le suele, a Los olvidados la etiqueta de <<neorrealista>>. Y no deja de serlo, pero Buñuel también es Buñuel. Con este perogrullo no se pretende otra cosa que dejar claro la intransferible personalidad de la cinta. Si la lucha urbana y diaria de los muy pobres y muy jóvenes acaso de entrada pueda parecer ajena al universo de sus obsesiones, este no deja de estar presente: además de las dos escenas oníricas —la apuntada es, con unos recursos mínimos, de las más perfectas en la historia del cine; fijar un sueño en pantalla supone un reto extremo para un cineasta, por la razón de que una película ya es un sueño—, muchas de las <<realistas>> no ahogan los otros significados que laten en la imagen literal, como tampoco el tema social, central del purgatorio de la infancia ahoga los temas psicológicos, introspectivos: el padre como ausencia (no solo el de Ojitos, también el de Pedro) y la figura sustituta (el ciego y el Jaibo) como posible destino, a la vez deseado y repudiado; la madre como fuente sustento afectivo, la muerte como resultado ambivalente de la voluntad y el azar.

Los olvidados, pues, rara avis y al tiempo plenamente buñueliana. Para probar esta última afirmación quizá no estaría de más programársela en doble sesión con la otra gran película de su etapa mejicana, en la superficie tan disímil: adultos, alta burguesía, un espacio cerrado, la amenaza invisible pero no menos presente. El cotejo volvería a confirmar que el genio es un género en sí mismo.

(La sombra del ciprés, 23/6/2018)

@enfaserem

 

Ficha del film

Tít: Los olvidados

Año: 1950

Dir: Luis Buñuel

Int: Alfonso Mejía, Roberto Cobo, Stella Inda

Méjico, blanco y negro, drama, 88 mins.

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Sobre el autor

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