Los medios solo se acuerdan de los muertos a fuego cuando estalla una masacre, igual que solo de los muertos en carretera cuando llega un puente o el comienzo/final de las vacaciones. Es más rentable. Basta cortapegar las palabras o las imágenes del peluquín de Trump con las de los familiares de las víctimas envueltos en mantas policiales y con la declaración de intenciones del fiscal del distrito —por lo común: <<Pediremos la pena de muerte>>— para armar una noticia fetén, con multitud de visitas y seguro tráfico en la red. Y si, como en el caso de la sinagoga, se añade además un elemento racista/fundamentalista, donde se pueda percibir un propósito, por podrido que este sea, en la masacre y no la mera aleatoriedad de un psicópata, entonces a los medios les ha tocado el premio gordo. En el caso de Pittsburgh, siendo las víctimas judías, el gordo venía con bote.
De lo que ya se habla menos es de las minucias cotidianas de la muerte, de la raíz material, primera, del dolor. No se habla de que en 2016 hubo 11.004 homicidios por armas de fuego. De que hay más del doble de suicidios —ni de que el arma de fuego es, con diferencia, el método más empleado (como es lógico: fácil acceso y casi segura infalibilidad)—. Y a estas muertes habría que añadir las producidas por accidentes (cientos), así como los daños que no concluyen en muerte pero sí en parálisis, ceguera, amputación.
Lo de la sinagoga ha sido solo una brizna de muerte en la rueda de los días y las noches. ¿Algún medio ha explicado la masiva cantidad de dólares que mueve anualmente la industria armamentística en EEUU? ¿Cuántos puestos de trabajo dependen de ella (el otro platillo del debate, que no habría que obviar)? Llegados a este punto, ¿sería realmente posible prohibir las armas, o se ha cruzado un Rubicón económico que llevaría al colapso? Pero todo esto ocupa espacio, e implica esfuerzo y tiempo, y no cunde ni de lejos como el peluquín airado de Trump. Mejor el peluquín.
(El Norte de Castilla, 1/11/2018)
@enfaserem