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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Realidad y representación

The Act of Killing da no solo una segunda vuelta a la paradoja wildeana de que la realidad imita al arte sino una tercera. La segunda la dieron los asesinos que aparecen en el documental en el año 1965, cuando, fanáticos del cine americano macho (John Wayne, Victor Mature), fueron reclutados por los sagaces golpistas militares que derrocaron al gobierno indonesio y pasaron de ser delincuentes de medio pelo que trapicheaban con entradas de cine en el mercado negro a integrantes de los escuadrones de la muerte que, literalmente, se dedicaron noche sí y noche también a arrebatar las vidas que les señalaban, las de todos aquellos a quienes se les atribuyera siquiera el más lejano vínculo o empatía con el comunismo, para lo que ponían en práctica las técnicas que habían visto a sus héroes emplear en la pantalla. La tercera vuelta es la que registra el film: casi 50 años después, los asesinos son invitados por el director Joshua Oppenheimer (y por el anónimo codirector, que como muchos otros integrantes del equipo no se dan a conocer en los créditos por las posibles represalias) a recrear delante de las cámaras, sin atrezo alguno o solo con los más rudimentarios —un cable del suelo, un cubo de basura— las atrocidades que entonces cometieron, tanto en el rol de ejecutor como en el de verdugo.

the-act-of-killing-3The Act… procede en tres planos, cuya presencia conductora es Anwar Congo, venerable abuelito que no ha dejado de cultivar la que él considera estética del gánster cool —<<gánster significa hombre libre>>, no se cansa de repetir—: ropa chillona, gafas de sol y cigarrillo en la comisura. El primer plano o plano-eje es el de la recreación de los asesinatos cometidos en el 65 por Congo y sus drugos. Para ello acuden a los lugares donde los crímenes tuvieron lugar (una azotea, bajo un árbol junto al río), y explican a cámara los distintos métodos empleados, cómo Congo prefería por ejemplo el estrangulamiento a la manera de cierta cinta de cine negro, u otro el culatazo repetido en la nuca. Resulta fascinante —y enmudecedor— ser testigo del empeño obsesivo de los ahora actores para que la recreación se ajuste lo más posible a (su recuerdo de) lo acontecido. En realidad no importa si los asesinatos se ejecutaron o no exactamente así; importa que se ejecutaron, y lo moralmente tenebroso del asunto es que a los asesinos no les preocupa este hecho sino si la pierna derecha de la víctima estaba cruzada sobre la izquierda durante el estrangulamiento o si era al revés, su frustración al verse en la grabación y darse cuenta de que cuando mataron al tipo aquel no llevaban pantalones blancos.

¿Puede hablarse, por tanto, de objetividad documental? No puede hablarse porque tal no existe. El mero hecho de seleccionar y ordenar el material ya imprime una huella subjetiva en él. The Act of Killing agudiza sin embargo la cuestión. Siendo como es un registro en presente, el discurrir general de varias escenas ha sido hablado de antemano. Se trata en buena medida de una película del género <<cine dentro del cine>>, y además resulta evidente que en muchos casos la imagen que los asesinos proyectan está adulterada por la presencia de la cámara, que prende su narcisismo y los envalentona. ¿Se banaliza, al recrearlas así, la magnitud de las atrocidades? ¿Cabría reprocharle a Oppenheimer laxitud moral, en el sentido de sacrificar el drama de la verdad en favor de una puesta en escena inédita, de una obra de arte original? En modo alguno. Precisamente mediante ese prisma inédito, el ominoso contenido adquiere una fuerza que casi seguro no tendría de mostrarse tal cual (estamos tan acostumbrados a las imágenes crudas que apenas nos afectan ya). Esta puesta en escena, de una desnudez total, es sin embargo también de un total surrealismo, no solo por la situación registrada sino porque el espectador tiene que imaginarse lo que la imagen le muestra: la imagen es y a la vez no es; es en sí misma —unos gánsteres de pacotilla fingiendo que torturan, fingiendo los instrumentos y fingiéndose víctimas— y a la vez es vía para otra imagen fantasmal, pesadillesca, la que surge en la mente de quien mira —la imagen soñada de la tortura real, que por soñada tiende de forma natural a dotarse con los contenidos más extremos—.

El segundo plano es el cotidiano: los asesinos no recrean nada, se limitan a proceder en el ahora, en el ruido de la calle; la cámara los acompaña en sus quehaceres diarios: extorsionar a los tenderos del mercado (escena sin preparar; después el director les repuso los importes de su bolsillo), jugar con el perro y los nietos, emborracharse en un bar, acudir a la concentración del grupo paramilitar Pemuda Pancasila (Juventud Pancasila)… Fragmentos que se intercalan con las escenas recreacionales del primer plano y funcionan como contrapeso, como anclaje en la realidad: nos confirman que no nos hallamos ante enfermos mentales sin remedio sino ante hombres, pese a todo, funcionales, capaces de desenvolverse en el entorno que habitan, lo cual añade otra capa de perpleja congoja.

the_act_of_killing-1Y el tercero es un plano ficticio: la observación de la inclasificable película (emplasto de musical de Bollywood, cine gore, de gánsteres…) que los asesinos producen, con un guion propio basado en parte en los crímenes que cometieron, y que se diferencia de las recreaciones no solo en contar con guion sino con maquillaje, vestuario, plató, etc. También aquí se intercalan fragmentos cotidianos: del fuera de campo, mientras se hallan en camerinos o durante las pausas para el cáterin. Son momentos que radiografían las personalidades de la cuadrilla con mayor claridad: está el ufano voceón que se sabe a salvo por la seguridad del respaldo gubernamental; el que por si acaso prefiere no abrir la boca, no vaya a ser que la grabación pudiera hacer prueba en el caso —remotísimo, pero posible— de que fueran juzgados por genocidio, que no prescribe; quienes como un mantra se justifican con que los ejecutados eran comunistas y eso bastaba…

the-act-of-killing-2Dos momentos sintetizan el viaje interior de Anwar Congo; en el primero, levanta a sus nietos de la cama para que vean cómo torturan al abuelo en la película que está rodando. Y dice a cámara: <<He sentido lo que sentían aquellos a quienes yo torturaba>>. Oppenheimer le replica en off, obvio: <<No, tú sabías que era una película. Ellos sabían que iban a morir>>. Lo trágico es que Congo no termina de convencerse. En el segundo momento Congo parece haber adquirido conciencia, tras el tiempo transcurrido durante la filmación del documental y de su propia película, de la magnitud de sus actos. Y le dan arcadas: una, dos. Pero el contenido que vomita es casi solo aire.

The Act… tiene una suerte de segunda parte de obligado visionado, The Look of Silence. Aquí se adopta el punto de vista de las víctimas, y es una cinta mucho menos audaz formalmente pero no menos conmovedora. Nos recuerda —con sencillez frontal, sin el menor énfasis—, a través del protagonista Adi, que el ser humano es también capaz del heroísmo y la compasión, que la muerte es el final común pero los caminos hasta ella no tienen por qué serlo.

(La sombra del ciprés, 15/12/2018)

@enfaserem

 

Ficha del film

Título: The Act of Killing

Año: 2012

Dirs.: Joshua Oppenheimer; Anónimo

Ints.: Anwar Congo, Herman Coto

Dinamarca/Reino Unido/Noruega, documental, color, 117 mins. (159 en el montaje del director)

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