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Eduardo Roldán

ENFASEREM

(Con)fusión

bitches-brewAbrumadoramente se data el nacimiento del jazz fusión en el 30 de marzo de 1970, con la comercialización de Bitches Brew. Solo que BB no fue el primero. Miles, como tantas veces antes, sin ser el pionero sí fue el explorador que plantó el hito a partir del cual ya nada volvería a ser lo mismo, la referencia a la que quien viniera después tendría que mirar en primer lugar, bien para ahondar en el territorio por ella afirmado, bien para separarse de él, pero sin poder obviarla en ningún caso.

¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de fusión? ¿No es el término una tautología? Pues si hay un tipo de música que desde su nacimiento haya abrazado las más variadas combinaciones —fusiones— de instrumentos y tradiciones musicales, tal ha sido el jazz: no solo abrazado, sino que esa amalgama de sonidos y culturas constituyen su génesis. Por tanto, interrogarse por el jazz fusión o el jazz-rock es interrogarse por el jazz: por un hasta dónde miles-davispuede estirarse el concepto, es decir sus dos elementos vitales, la improvisación y el swing, sin llegar a romperlo. La improvisación no es patrimonio exclusivo del jazz; ya Bach improvisaba al órgano, los bluesmen a la guitarra y a la voz; dentro del rock de la época, las improvisaciones de algunos teclistas de rock progresivo no desmerecen en virtuosismo ni ideas de las de los más bregados saxofonistas de jazz. Pero la cualidad difiere. La improvisación en jazz estaba, hasta la eclosión de la fusión, anclada en el ritmo sincopado —la manera cerril, exclusiva, en que se solía entender el swing—. Con el rock la síncopa pasó a un pulso recto, cuadrado, donde los acentos del compás volvieron a recaer en los tiempos fuertes, no en los débiles que el jazz había privilegiado hasta entonces. Y las sinuosas líneas de bajo, el llamado <<walking-bass>> (bajo andante), corazón indiscutible del jazz, permutaron en riffs o vamps recurrentes, motivos obsesivos de pocas notas que creaban una atmósfera como de tiempo suspendido, un presente etéreo y denso a la vez. Por último, la fusión hizo suya la simplificación armónica propulsada por el jazz modal, con el efecto de inducir la improvisación basada en escalas, menos restrictiva que la basada en cambios de acordes pero con el peligro de caer en el discurso vacío, en la nota por la nota. Todo lo cual —más la incorporación de la instrumentación eléctrica— cambió el lienzo improvisatorio: la interacción entre los músicos era menos evidente, y los solos perdieron protagonismo al tener que emerger de un fondo sonoro más compacto.

Pero al cabo lo dicho tiene —como la adición en años siguientes de elementos del funk, la música india o latina o el pop— una utilidad discriminatoria relativa. Por algún misterio, más allá de armonías y síncopas y enchufes, el mejor juez sigue siendo el oído —el corazón— de quien escucha: es el oyente quien, ante un fragmento improvisado, sabe si encaja en el concepto jazz. Verbigracia, sabe que las propuestas acústicas de Kenny G. rara vez son jazz; y a la inversa, que la ensalada de samplers y hip-hop de Robert Glasper tiene momentos de jazz no menos verdaderos que los que pueda reportar la trompeta de Wynton Marsalis.

(La sombra del ciprés, 2/2/2019)

@enfaserem

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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