El pasado noviembre un genetista chino anunció que su equipo había dado a luz a los dos primeros bebés modificados genéticamente: habían editado el embrión para que fuera inmune al VIH, del que su padre es portador. El anuncio se vio envuelto en oscurantismo: el doctor no informó a su gobierno hasta haber consumado la operación. Ahora un ruso ha confirmado que tiene un plan basado en la misma técnica, pero mucho más ambicioso: sordera, ceguera, enanismo… Que la edición genética esté hoy asociada a mutaciones ulteriores, imprevisibles, tampoco le preocupa al ruso, convencido de la <<seguridad>> de su plan, que ha calificado de <<gran avance>> y que presentará a primeros de julio. Con un par de genes.
En el mundo de corta-y-pega en que vivimos, con este avance cruzaremos el último Rubicón ético que nos quedaba y, más trágico aún, quemaremos el puente después de haber cruzado. La legislación va siempre a la estela de la realidad, y cuando codifica la realidad, esta ya ha avanzado y dejado otra estela: utilidad relativa, pues, y más ante una realidad tan vertiginosa como la de la ciencia. Lo que no ha cambiado desde las túnicas atenienses son los cuatro o cinco pilares éticos sobre los que, pese a todo, se ha construido la humanidad. Incluso quienes, a lo largo de los siglos, los han tratado de destruir, los tenían como referencia; el humano a la carta (porque no nos engañemos, a esto nos veríamos al cabo abocados) sencillamente los obvia, lo cual es mucho más dañino. En esta disyuntiva no cabe posicionarse como apocalíptico o como integrado, por usar el léxico de Umberto Eco, ni tampoco como en parte uno y en parte otro: solo cabe un lado, y ha de ser un lado unánime afirmado con una normativa también unánime. Que debería materializarse ya, y mejor pasarse de garantista que luego lamentarse.
Aunque tal vez no. Según está el medioambiente, a lo mejor la solución era producir humanos de corta-y-pega que se alimenten de plástico.
(El Norte de Castilla, 27/6/2019)
@enfaserem