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Eduardo Roldán

ENFASEREM

La alquimia de las letras

Miguel Delibes solía definirse como <<un cazador que escribe>>; paralelamente, podemos definir a Primo Levi —ambos autores comparten más de un rasgo— como <<un químico que escribe>>. Levi, de cuyo nacimiento se cumplió un siglo el pasado julio, solo resignó por completo los misterios combinatorios de los elementos químicos por los de las letras al cumplir los 57, diez años antes de su oscura muerte. Así pues la química nutrió su literatura desde el comienzo, y si hay un libro del autor turinés donde se perciba el influjo de aquella en su escritura, es este; así como una fórmula química es cristalina en su plasmación pero tiene un abanico de aplicaciones que se multiplica, muchas veces de maneras y hasta límites insospechados por el químico (el azar juega en la ciencia como en las artes), de modo similar la cristalina, casi expositivamente infantil, de inquebrantable voluntad comunicativa prosa de Levi posee muchos más estratos de los que aparenta, y es capaz de convocar imágenes, sensaciones, reflexiones que una lectura superficial no habrían hecho prever.

El sistema periódico se publicó en 1975, transcurrida más de una década desde los dos primeros volúmenes de la trilogía-Auschwitz; se ubica pues en el centro de la obra de Levi, en un momento vital en que el autor siente ha alcanzado ese punto donde ya solo el goteo de la muerte de los seres queridos y el posible nacimento de algún nieto le puede producir un cambio, pero son cambios dentro del devenir previsible de las cosas, no cataclismos como el que de joven tuvo que padecer: cambios menores hasta la llegada del cambio final, la propia muerte.

A partir de este remanso existencial —siempre frágil— Levi rememora desde la niñez, con un primer, sensacional capítulo en que aborda la emigración y el asentamiento de sus antepasados judíos en el Piamonte, y que es un ejercicio tan arriesgado y sutil sobre filología como divertido, y que tiene además la función de establecer el tono general del libro. No es la intención de Levi generar ni el desasosiego, ni la incomprensión ni el horror fascinado que en los libros sobre Auschwitz; por contra aquí, con los mismos rasgos estilísticos apuntados, consigue convocar la nostalgia amable, la esperanza por un futuro incierto pero lleno de posibilidades seductoras, y sin orillar el humor más inteligente, que, si no la carcajada —no es su propósito—, provoca una suerte de regocijo templado.

Levi intitula cada uno de los veintiún capítulos con el nombre de algún elemento del sistema, sin respetar el orden periódico, por la mera razón de que en el retazo de vida narrado ese elemento juega algún papel, más o menos incidental. Los capítulos respetan un orden cronológico, a salto de experiencia (solo Plomo y Mercurio son ejercicios de ficción pura, y el autor advierte de que los introduce no por su calidad sino como ejemplo de sus primeros empeños literarios); entre capítulo y capítulo, entre elemento y elemento transcurre un tiempo durante el que Levi se hace más químico y más escritor: una suerte de técnica impresionista, en la que tampoco —gran acierto— se escogen los en teoría episodios álgidos de su existencia, sino aquellos cotidianos, derivados de una anécdota muchas veces menor; lo contrario pues de lo que hacen las biopic al uso de Hollywood, y la decisión que adoptó la maravillosa Booyhood.

La edición de Península es más que correcta, y resuelve con acierto los dilemas tipográficos —cursiva/redonda, comillas…—, aun a costa de las reglas gramaticales: asunto capital en un libro donde el lenguaje, desde el científico hasta el dialecto cerrado, ocupa un lugar tan primordial. No obstante, algún duende en forma de errata se ha colado en el texto (el más grave, en p. 41, un <<sino>> en vez de <<si no>>), que convendría pulir para próximas ediciones. A la traducción, de Carmen Martín Gaite, ejemplar a la hora de trasladar los ritmos de la prosa y la voz de Levi, que resuena cercana, a un tiempo modesta y vigorosa, cabe hacerle el solo reproche —y acaso sea un reproche al autor, que en el original lo escribiera así— del empleo repetido de <<deber de>> (sentido de probabilidad) por <<deber [sin “de”]>> (sentido de obligatoriedad).

En conjunto, es de celebrar la edición así de un texto que si es considerada menor dentro del corpus leviano es solo por el peso abrumador de los libros sobre el Lager.

(La sombra del ciprés, 11/10/2019)

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