¿Es que no hay mujeres viles? Concluir que no las hay parece ser el último estadio por hollar en esta incansable, histérica cruzada por desmontar las estructuras patriarcales, atávicas e injustas que nos ha tocado heredar. Algunos lo han hollado ya. El hecho de tener pene se diría un estigma de culpabilidad, algo cuya posesión, aun impuesta, ha de demostrarse se repudia. Solo así podrá el hombre obtener el beneficio de la duda a los ojos de las flamígeras.

En la patria de la liberté, la égalité y la fraternité acaban de anticipar que esta tendencia es una realidad inmediata e imparable. La concesión a Polanski de Mejor Director por El oficial y el espía hizo estallar las últimas costuras que todavía podían hacer creer que la posición en que lo habían puesto no era tan insoportable; actores abandonando el teatro al alimón, las flamígeras en la calle coreando consignas como anatemas… La cinta venía de ganar el León de Plata en Venecia, y era la que más candidaturas había cosechado para los César. Pero el hecho de individualizar en Polanski el reconocimiento ha resultado insoportable. Que el director, de 86 años, niegue la última acusación que se le imputa (no judicialmente: ha prescrito) no es el asunto; ni siquiera lo es el que, aun prescrita, sea cierta. El asunto es que ha sido condenado de entrada, equiparando pues denuncia y sentencia firme. Las flamígeras, con la aquiescencia implícita de tantos que callan, se están cargado a Beccaria, y no solo: ya la Academia Francesa ha anunciado profundos cambios en su organización y funcionamiento. Hay que amoldarse al signo de los tiempos, aunque el signo de los tiempos apeste.

Mueve a las flamígeras el rencor histórico y no un sentimiento de justicia, y vician así unos objetivos admirables. No se trata solo de alcanzar un fin, sino del medio por el que se alcanza. Y los medios empleados no difieren, en esencia, de los más oscuros que ha conocido el hombre.

(El Norte de Castilla, 5/3/2020)

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