Cumple 75 Pere Gimferrer huérfano de Nobel. Los suecos se hacen los tales en lo que al escritor catalán se refiere, y si al final llega, llegará tarde, con el estigma implícito que ello conlleva; la concesión se verá más <<por puro rotacismo>>, según dijera Borges, que por méritos debidos, más por cuota de lengua que por el peso de la obra. No sabemos en qué grado este olvido anual aflige o perturba a Gimferrer, aunque uno sospecha que apenas y fugazmente. En cierta ocasión le preguntaron si no le parecía que, envuelto en literatura y cine tanto y desde tan joven, no se habría perdido buena parte del <<drama de la vida>>. Respondía que podría ser, pero que la literatura evita el conductismo. Esta respuesta traza el perfil —marginal— de alguien para quien separar literatura y vida (arte y vida) es como separar el azul y el amarillo de un verde ya mezclado.
Y alude a un malentendido o reproche que lo persigue desde que comenzase a publicar, el de culturalista huero, baúl sin fondo de nombres sin otro fin que el nombre pregonar. Obvia esta postura el hecho cardinal de la palabra como recipiente y motor moral de la escritura. Gimferrer quedará, con o sin Nobel, no por la cantidad de nombres que apila sino por la cualidad con que los teje: es la palabra la que teje el texto y le otorga toda su hondura. La escritura es moral (es escritura), trate de Venecia o del vencido, si la palabra honrada; y esta es la primera enseñanza, que como enseñanza básica solemos olvidar con mayor frecuencia, que extraer de una obra de mérito.
(El Norte de Castilla, 24/6/2020)
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