Fernández Mañueco ha salido ahora con la distinción familiar/allegado para regular anticovidianamente las reuniones de Navidad. A bote pronto cualquiera pensaría que, si no todo allegado es un familiar, cualquier familiar sí es allegado. Pero es que si se bucea —cinco minutos, no más— en el DRAE se confirma que pueden funcionar como sinónimos. El propio Mañueco, luego, ha admitido la sinonimia, solo que allegado no puede significar <<barra libre>>, y que están <<trabajando>> con otras autonomías para determinar el sentido. Se pueden ahorrar el trabajo: ya está determinado donde tiene que estar; si allegado no cuadra, que busquen otro término.
Se trata pues, antes que de ignorancia gramatical, de un ejemplo atronador y penoso de la voluntad del poder por deformar la realidad, las veces que haga falta, a través del lenguaje. El poder siempre dice Diego donde dijo digo, si es que no le conviene seguir diciendo digo. Pero ni digo ni Diego se ajustan casi nunca a lo que significan. Con la consecuencia nefasta —entre otras— de terminar con un corpus legislativo tan hinchado como inoperante.
Aunque acaso el origen de la distinción haya que buscarlo en un empeño regional por destacarse del resto de CCAA: buscar una declaración de efecto que pusiera a Castilla y León, siquiera por un día, en las cabeceras de los medios nacionales. Cataluña y la hostelería, Madrid y el cierre perimetral… Algo había que soltar para no quedarse atrás. Pero vaya, salió de nalgas, y ahora se intenta poner un parche insultante en lugar de admitir el error y empezar de nuevo. Otro patrón bien conocido.
(El Norte de Castilla, 23/12/2020)
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