La crisis del pétroleo del 73 tuvo su origen, o primer vislumbre, en el acuerdo de Teherán de hace medio siglo, por el que los heridos miembros de la OPEP acordaron fijar los precios en comandita; si las “Siete Hermanas” eran de facto un cártel, la OPEP comenzaría a serlo de iure. Y cómo oponerse. El petróleo, desde entonces, ha financiado y justificado guerras, empapado textos sagrados, servido como yugo monárquico para mantener a los súbditos de los países productores en la miseria agradecida y, en fin, para hacer que el resto del mundo, huérfano de reservas, se mueva cada vez más rápido, no sin estrés. El petróleo ha sido pues un éxtasis de huevos de oro (negro) en forma de barriles de crudo. Y como con toda gallina ponedora, no hemos querido pensar hasta cuándo, mejor exprimirla mientras se deje. Tuvo que ser la naturaleza, resignada, la que diera el toque de atención: la combustión en los motores también la combustionaba a ella (y por tanto terminaría por combustionar al hombre).
Se calcula quedan reservas para otro medio siglo, pero la naturaleza no parece pueda aguantar al ritmo actual. Ahora Noruega, como un Amundsen de la electricidad rodante, ha marcado el hito de ser el primer país del mundo donde las ventas de coches eléctricos han superado a las de los de combustión. En cuatro años pretenden prohibir la venta de coches a gasolina o diésel. Pocos países pueden, aunque quieran, seguir el ejemplo; de algún lugar hay que rascar, y los hidrocarburos proporcionan mucha tela. Por otro lado, se siga o no se siga, no es improbable que ya sea tarde.
(El Norte de Castilla, 3/2/2021)
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