El dejarlo cuando se ha obtenido un resultado adverso en las urnas es un principio que nadie, ni de la parte de los concursantes ni de la de los votantes, parece cuestionar. No importa si al concursante lo han puesto como candidato in extremis, como esos entrenadores que se fichan a falta de tres o cuatro jornadas para el final de la liga para que obren el milagro de no descender, o si ha sido postulado tras un proceso de primarias. Estos y otros supuestos son impermeables ante el fallo de los cubos traslúcidos: si el fallo a favor, el candidato por descontado sigue, por muchos desmanes que haya cometido en la campaña; si en contra, adiós y muchas gracias, o ni siquiera gracias.
Y por qué. No parece del todo descabellado que el derrotado, si ha llevado a cabo un trabajo digno, pueda seguir desarrollando su proyecto político, tratar de construir una oposición firme. No ya por consideración hacia él, sino hacia el ciudadano: la democracia fortalecería su salud si alguna vez se adoptase esta postura. Pero vivimos en tiempos consumibles y combustibles, y lo que no peta en el momento va directo a la papelera mental con borrado automático (claro que también van directas muchas cosas que lo petan).
Con Iglesias y Gabilondo hemos vuelto a ver que los condicionantes no influyen ante el fallo de las urnas. Programas al margen, pocos activos mejores tienen sus respectivas marcas, y ellos podrían, de a poco, restaurar las ruinas mejor que muchos de los que quedan. Pero que si quieres: uno a los medios y el otro que <<renuncia>>. Otra lección de la historia (Winston Churchill) que pasamos por alto.
(El Norte de Castilla, 12/5/2021)
@enfaserem