Y decimos <<en pelotas>> y no <<en pelota>>, que es, según recordaba el maestro Lázaro Carreter, como ha de decirse si no se desea incurrir en vulgarismo. Pero es que el andar por ahí con las carnes al aire, bamboleantes o apretadas, resulta bastante vulgar, y así la locución se hace eco de la realidad. Una realidad que ya ratificó, para Valladolid, el Supremo cinco años ha, pero que luego fue derogada por otra ordenanza, y en esas —en pelotas— estamos de nuevo.
¿Somos más libres en esta realidad empelotada (o despelotada)? Uno no termina de verlo, como no termina de ver la ventaja de que te inunden el buzón con publicidad no pedida —que no dudo tenga sumo interés—. Se dirá que en un caso el sujeto a nadie hace daño, mientras que en el otro puede hacerlo —verbigracia, porque la correspondencia que quiere recibir el particular no quepa en el buzón, o lo haga de mala manera—; como sea, hay gente que sí se siente ofendida al cruzarse en el paseo de media tarde con un hombre en bañador o calzoncillos (¿y que pasaría si la despelotada fuera una mujer? Desconozco si se ha dado algún caso, pero es de suponer que tienen el mismo derecho). ¿Se conculca entonces la libertad del despelotado al exigirle que se ponga una camiseta? Deberíamos replantearnos la firmeza de los cimientos de un concepto de libertad que se ve amenazado por una exigencia tan leve. Y si miramos un poco más allá del conflicto epidérmico, cabe sospechar que el ponerse la camiseta traería unos beneficios colaterales, una armonía entre residentes que compensaría con creces el esfuerzo. No se trata, pues, de vindicar la mojigatería, sino una convivencia elemental.
(El Norte de Castilla, 7/6/2021)
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