Al día, entre 720 y 811 millones de personas no saben qué se llevarán a la boca, si es que se llevan algo. Lo afirma el más reciente informe sobre inseguridad alimentaria de la ONU; una cifra, aun en la franja inferior del intervalo, histórica. Obviar la incidencia de la covid sería falaz, pero atribuirle la culpa en exclusiva no lo es menos: la estructura ya estaba anclada y la dinámica del sistema funcionando antes de la aparición del virus, y son por tanto estas las que exigen rectificación.

Lo más triste, con todo, no son las cifras del hambre en sí, sino el reflejo de las cifras del exceso. El informe sostiene también que con la distribución adecuada habría para todos; es decir, el informe informa de lo que sabemos desde hace siglos, o al menos desde que este tipo de informes comenzaron a salir. Si seguimos igual —peor—, no es por un virus letal, sino por el insaciable virus humano del interés centrípeto (la covid es letal pero inocente).

No obstante este cuadro, Steven Pinker sigue defendiendo que tenemos motivos para el optimismo, pues hemos progresado desde los tiempos en que, por seguir con los virus, la gripe aniquilaba millones de vidas en un achús. Es un argumento indiscutible. Indiscutible y ladino, o por lo menos parcial. El asunto no es si estamos mejor en términos globales, que la pura inercia tecnológica, el mero correr de los años hace que, aun a tropezones, se progrese, sino por qué, contando con los recursos y los medios, la situación presente es la que es. Se trata de una pregunta cuya respuesta exige un análisis más hondo que la pura estadística, y que si no es pública no se debe, cabe sospechar sin ojeriza, a que se ignore por completo.

(El Norte de Castilla, 21/7/2021)

@enfaserem