El más básico derecho del hombre tiene su contrapartida (pero no es <<contra>>, sino parte consustancial de él) en el derecho a hacerse daño. Si se demuestra que el no ponerse la vacuna no incrementa el riesgo o el daño del vecino, solo cabe aceptar la decisión del negacionista, y no solo aceptarla sino defenderla: pero ha de cumplirse la condición.
Esta postura no comparte ningún rasgo con la del negacionista estentóreo, por desgracia el espécimen a quien más eco se suele dar. El estentóreo no niega en base a la autonomía sino al antojo, que no tiene ninguna traza de reflexión, o al interés. Decir que la covid es poco más que un resfriado (Bolsonaro) o un plan urdido por Bill Gates para controlar el mundo a través de la telefonía 5G son bufonadas más o menos ocurrentes, pero que, según el momento y quien la suelte, pueden ocasionar perjuicios indudables. Para darse credibilidad, el estentóreo se barniza en un aura de libertarismo, de rebeldía, pero es tan impostada como una máscara veneciana, y no es imposible que todo el ruido que meten se deba al miedo. Negar el virus, negar el cambio climático… es el mismo fenómeno que el del creyente, solo que en negativo; en algo hay que creer, Charlie Parker, el Athletic de Bilbao, el budismo mahayana, lo que sea, da igual, pues en el fondo el creyente sabe, o intuye casi con seguridad, que no se trata más que de una mentira útil para ir navegando las aguas de la vida; el negacionista, por su lado, no niega por ignorancia, sino justamente porque sabe o intuye de la verdad de lo que niega. Pregonar que <<el agujero de ozono es un cuento>> tiene la misma función que seguir a Messi: ir tirando.
(El Norte de Castilla, 18/8/2021)
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