¿Ha muerto el periodismo? En una primera aproximación, se diría que todo lo contrario. La sucesión de datos, la rueda de titulares no tiene descanso, en un perpetuo actualizarse, como un uróboros inmortal que no dejase de retroalimentarse a sí mismo. Solo que el dato por el dato no significa nada, el dato por el dato no es información —mucho menos opinión—; para que haya información, resulta imprescindible discriminar, destilar del magma de datos aquellos que son relevantes, con un criterio insoslayable: la verdad. Una verdad que viene de la contrastación de las fuentes, y de un trabajo de tamiz que nada tiene que ver con el vómito indiscriminado de robots o de trols cuyo único interés está en generar controversia, obtener cuantas más interacciones mejor, sin importar el cómo, sin importar el por qué. Ante este panorama, es esencial una legislación que exija el origen de lo expuesto, saber quién (o qué) ha sido el autor (o <<autor>>) de aquello que se da a conocer. Es —o debería ser— un derecho del ciudadano, inerme sin él ante la avalancha de datos. Como dice el historiador Yuval Noah Harari, la propia democracia está en peligro, pues esta se basa en el diálogo, y si uno no sabe si está dialogando con, o recibiendo comunicaciones de, un robot o de un humano, la misma base del sistema se verá resquebrajada.
Es esto por lo que hoy el periodismo, ese periodismo preocupado —y que todavía existe— en contar lo que pasa, sin orillar la crítica ni la dirección ideológica, pero guiándose siempre por unos principios éticos inamovibles, es más necesario que nunca. El periodismo ha de seguir erigiéndose como el contrapoder esencial en una democracia, solo que ahora el poder está difuso, los focos de poder diluidos, y no se identifica como antaño con tal o cual gobernante con nombre y apellidos —no pocos han pasado a la historia universal de la infamia—. Pero la labor, el empeño ha de seguir siendo el mismo, desde la independencia y desde la crítica.
<<Diario independiente>>, reza la cabecera de El Norte de Castilla, y esto implica un compromiso con el lector/ciudadano esencial, que no se puede sortear se trate del tipo de información que se trate, afecte a quien afecte el asunto en cuestión del que se quiere dar noticia. Claro que la labor del diario, ante el panorama expuesto, no es sufieciente: el lector tiene, si no quiere verse arrastrado por el magma, que poner algo de su parte, buscar, comparar, leer con un sentido de la discriminación a añadir al que previamente ha puesto ya el periodista.
Independencia, sí, y libertad. Una libertad que se manifiesta sobre todo en la opinión, un ámbito, como el informativo, en que tampoco vale todo, ni todo vale igual. No es lo mismo el tuit airado y malicioso de un Elon Musk, por muchos millones de seguidores que tenga, que la columna o el artículo sopesados, reflexivos. En todo este tiempo El Norte… ha tenido la fortuna de contar con algunas de las plumas —Miguel Delibes, Francisco Umbral, Manuel Álcantara, entre otros— que han hecho de la columna de opinón una referencia indiscutible del mejor periodismo, de ese periodismo que venimos vindicando, independiente y libre.
Y es ahí donde El Norte… sigue y ha de seguir, tomándole el pulso a la actualidad desde la distancia crítica, siendo el alimento informativo de sus muchos lectores que durante años le han otorgado su confianza y su tiempo, sabedores de que en sus páginas iban a encontrar los hechos contados de la manera que se merecen: sin amarillismo, con sensibilidad, en el espacio adecuado.
No, el periodismo no ha muerto, pero ante los retos que se le plantean hoy, ha de mostrarse más firme que nunca en los principios que lo distinguen, como ha venido haciendo El Norte de Castilla en sus ya 170 años de historia.
@enfaserem