El maestro de quien más he aprendido en la vida – y de quien tengo la fortuna de seguir aprendiendo – solía replicar a los tontos que le reprochaban, que como Esperanzas Aguirres anticipados identificaban el trabajo real con los minutos en el aula, lo poco que curraban los profesores de Universidad, que a él en realidad a lo que le hubiera gustado dedicarse no era a la docencia sino a las carreras de cien metros: así solo tendría que trabajar 10 segundos cada muchos meses y encima se metería un pastón en la buchaca. Aplicándole su mismo criterio, cabe plantearle a la presidenta si considera justo el salario de los parlamentarios en relación al tiempo que trabajan, es decir que están en el hemiciclo, y eso dando por supuesto que estén, pues no pocos se ausentan a mitad de sesión o simplemente no pisan (total, el vecino de escaño puede votar por ellos).

Con su esputo al gremio de los maestros, plasmado verbalmente en la opinión comentada y materialmente en un recorte de 3.200 interinos y dos horas semanales más de clase, la presidenta golfista ha mostrado el perfil más áspero de su swing político, pero sobre todo una ignorancia tan grave como culpable. El de maestro es uno de los oficios más exigentes y erosivos que existen, aparte de uno de los más determinantes en la forja social, que no es otra cosa que la forja moral de individuos, de ciudadanos, como bien saben el filósofo José Antonio Marina y los finlandeses y los suecos. Esperanza Aguirre, en cambio, sigue viendo al maestro como una suerte de niñero intercambiable a quien dejar a los críos mientras se está en la oficina. Si esta es la educación de excelencia que pretende implantar EA en la Comunidad de Madrid, ahora empezamos a comprender el porqué tantos alumnos ya le han dicho gracias, pero no, gracias. Luego llegará el informe PISA con las rebajas y se volverá a acordar de los maestros para colgarles el marrón.

(El Norte de Castilla, 8/9/2011)