Como piezas de arte los himnos suelen ser lamentables: la música militarmente melodramática y los versos, cuando los hay, planos y facilones. Como símbolo son otra cosa: han llevado en ocasiones al acero y a la sangre. Quien diga pues que darle vueltas a lo del sábado en el Camp Nou es una memez, o es un ignorante total o —más probable— está del lado de los silbidos. Así Artur Mas, cuya ladina, cariada y satisfecha sonrisilla al lado del Rey es la perfecta síntesis de la victoria miserable. >, había dicho antes del partido, a modo de clic incendiario. Se le olvidó añadir que a él con razón. El Rey no tiene culpa de haber nacido rey. El Rey, en su función de rey, lo ha hecho mucho mejor que Mas en la suya. Estos silbantes confunden la mala educación con el ideario político, y la distancia que hay entre la sonrisilla de Mas y el silencio de Felipe VI es la que media entre Pilatos y Marco Aurelio.
Pero lo de Mas a nadie ha de sorprender. A uno a quien le gustaría oír es a los jugadores, mayormente a los del Barça que vistieron la camiseta de la selección en el Mundial de Sudáfrica y se metieron en la buchaca 600.000 euros en primas —cada uno—. Su silencio no es el silencio estoico del Rey, sino un silencio… bueno, uno cuya calidad justamente deberían aclarar hablando. La posición de los cracks es muy cómoda; a ellos les pagan por jugar, el resto no les compete. Solo que juegan en una liga cuyo reglamento dice, y es algo que quizá por ser lo más básico se ha omitido/marginado en el alud de reacciones pro/contra, que el club que intervenga en el Campeonato Nacional —de primera y segunda división— está obligado a jugar la Copa de S.M. el Rey. Así que lo tienen muy fácil: abandonen el paraguas que la marca LFP les proporciona y formen una competición paralela con sus televisiones, sus patrocinadores y, si les place, también sus himnos propios. No sé a qué esperan.
(El Norte de Castilla, 5/6/2015)