La alcaldesa de Madrid ha dicho: >. ¿En serio? El humor negro tiene que ser cruel —obsceno, racista, etc. Demos por bueno término tan genérico—. Y más aun: un humor que no contenga ciertas dosis de crueldad es tan factible como encontrar una telecomedia española que haga gracia. Supriman la crueldad en Cervantes y verán en qué se queda, e históricamente no ha habido humoristas más ácidos con el Holocausto que los monologuistas judíos (Lenny Bruce), ni más con la discriminación racial que los negros (Richard Pryor). Y para Esperanza Aguirre los tuits del harakiri obligado, del año 2011, >. A mí a lo que me incita una declaración así es a vomitar. Hay más hipocresía en ella y en las del resto de cabezas parlantes —Pedro Sánchez y otros—, cuyo único propósito es maximizar su rédito político a costa de una piñata débil, que crueldad en todos los tuits de Guillermo Zapata, que, aparte, él asegura eran la transcripción de viejos chistes.
Y aunque no lo fueran. El chiste tiene una función higiénica, terapéutica; son mentalmente necesarios, pues nos permiten, mediante la descarga de la risa, aliviarnos del trauma de la tragedia, y después, cuando la risa amaina, regresar a la realidad más conscientes y libres, darnos cuenta de lo mucho que nos queda por andar pero que, pese a ello, todavía hay esperanza. Solo que para que la magia de la risa se libere es necesario un ejercicio de distanciamiento, saber leer entre líneas, y a la sociedad digital el contexto no le interesa, el contexto puede arruinar la dilapidación inmediata y unánime, y es de esto de lo que se aprovechan, con plena conciencia, las cabezas parlantes, que hacen pasar por moral lo que no es sino un brindis al sol de la más mezquina corrección política.
Hitler? Porque le llegó la factura del gas.>> Este se lo contaron a David Mamet. En Israel.
(El Norte de Castilla, 18/6/2015)