Lo más turbador de esta valiente película es que el espectador no sabe dónde termina la documentación y dónde comienza la sátira. Si es que hay sátira. Los personajes no se relacionan: se miran, hablan, discuten, se tocan, tienen incluso violentos encuentros carnales, comparten confesiones como puñales, pero son incapaces de romper las burbujas del egotismo/narcisismo propio. El tema del film no es Hollywood, no es el capitalismo salvaje sin rostro, tampoco el incesto o la ruina de los sueños: el tema del film es el vacío, el hueco que se abre entre el Yo y el Otro y que es imposible de franquear por muchos recursos que uno ponga. Y ese Otro lo forman tres círculos concéntricos esenciales, de más íntimo a más social, que sí, también son temas, pero variaciones sobre el núcleo esencial; así el incesto —el Otro más cercano al Yo—, seguido de los sueños como fuente de la acción —siguiente círculo—, seguido de la industria y el triunfo en ella como realización del sueño y, a su vez, superación del trauma incestual. De este modo, el éxito o el fracaso en el círculo exterior determina el éxito o el fracaso en los más cercanos al núcleo; por ello el empeño de los personajes supone una apuesta del máximo riesgo, a todo o nada: si no se llega, el fracaso máximo —la muerte o el destierro— será la recompensa. Es probable sin embargo que el film hubiera si cabe ganado más fuerza con la supresión de las apariciones oníricas, aunque por otro lado estas no se sienten impostadas por el hecho de darse donde se dan —en la tierra de los sueños— y ante quienes se dan —justamente quienes habitan el sueño, quienes han triunfado: el joven actor y la actriz crepuscular—. Rodada con una frialdad quirúrgica, desde la repetición de los encuadres hasta la ausencia casi total de banda sonora, Maps to the stars es una suerte de haiku negro cuyo mayor valor reside en su insobornable voluntad de marginalidad.