Son los votos que le cuesta a UP/IU conseguir un escaño. Al PNV, 50.204. Entre uno y otro límite el número varía según la marca. No hablamos de una pseudodemocracia bananera de principios del siglo pasado: hablamos de España hoy —literalmente, hace cuatro días—, del sistema que disfrutamos y nos habilita como ciudadanos decisores. Así pues, la fórmula que sintetiza la esencia de la democracia —un hombre, un voto— es hoy en España la mayor falacia con que uno se pueda encontrar. En España un hombre puede valer medio voto, o tres cuartos, o voto y medio. Y no es solo que un votante del PP sea menos hombre —menos ciudadano y menos persona— que uno de DiL, o que uno de IU menos que uno del PP, es que dentro de la propia marca también se establecen jerarquías en función del origen. Sánchez Dragó soltó en una entrevista una de esas provocaciones inocentes que tanto le gustan y que solo ofenden a quienes se quieren ofender: >. A lo mejor vale menos, si el telebasurero vota en Gerona a la marca de Mas. En España hasta la democracia es relativa, pero no en un sentido einsteniano sino jurídico, o sea moral. Pero de esto no quiere hablarse, y los pocos que quieren son silenciados por los medios afines a las marcas favorecidas. Del pobre apaleado Marx se puede todavía rescatar algún jirón de pensamiento, como que la estructura determina el contenido, y con esta estructura no es difícil imaginar la calidad de las leyes aprobadas.
Flota el argumento de que una representación real se traduciría en ingobernabilidad. No es cierto, o no en los extremos en que se expone. Una representación real forzaría el diálogo, a trabajar para el ciudadano en base a cada propuesta concreta y no para la marca propia, a tener que ponerse de acuerdo. Forzaría a hacer democracia. Pero es más cómodo lo de ahora: disciplina de partido y darle al sí o al no como quien se aparta una mosca de la cara.
(El Norte de Castilla, 24/12/2015)