Es casi seguro que desde el del chiki chiki no haya habido otro certamen más polémico. Lo que es seguro sin casi es que no ha habido otro más triste. La polémica que aromó al chiki bis fue una polémica infantil, una polémica donde los exquisitos que no entendieron la broma se encendieron como si el candidato hubiera sido elegido por interpretar un preludio de Bach a base de ventosidades, y solo por ver flamear las voces de esos exquisitos mereció la pena el toma y daca. La polémica de ahora ha llegado hasta el Congreso: el PSOE demanda saber cómo y quién eligió al jurado, y si el elegido será finalmente el elegido, insultos y agresiones mediante. Porque esa es otra. Entre varias lindezas, en el certamen del sábado el ganador saludó con una peineta a la barra brava que lo insultaba tras la elección. Y uno de los jurados —untado o no, resulta irrelevante— recibió, aparte un >, amenazas de muerte por haber votado al de la peineta.
Que el ganador presente una tonadilla con título en inglés no importa, o importa menos. Que la tonadilla sea un reguetón ratonero con rimas de parvulario y que además no encajan, tampoco. Quien quiera música que la busque en otra parte, no en un concurso penoso que se mantiene por pura inercia, no en un chabacanismo anual cuyo único propósito es elegir al maniquí que, se supone, más puntos rebañará en la competición oficial (luego vemos que no es así, y que el chabacanismo tampoco renta). Los rebuznos hasta podrían tolerarse en parte si al menos fuesen rebuznos de oídos abiertos, tras haber escuchado, por así decir, cada una de las actuaciones; traídos de casa, resultan intolerables.
Al menos Rodolfo Chikilicuatre lo tomó desde el principio de la única manera en que se puede: como broma, y su anarquismo blanco no pretendía engañar a nadie. El que ahora este asunto haya terminado en el Congreso da una idea de la salud democrática que padecemos. A esto hemos abocado con la democracia/Twitter.
(El Norte de Castilla, 16/2/2017)