Uno de cada cuatro franceses se abstuvieron el domingo, ratio que no se alcanzaba desde la inmediata resaca postsesentayochista. Las estadísticas insisten en que el llamado centro político es el más abstencionista, pero Macron, apóstol del centro, ha apalizado a Le Pen en un 66/33. ¿Cómo se conjuga esto? ¿Y hay que considerar el cuarto abstencionista como votos macronianos, siquiera in spirito? Más bien al contrario: los votos macronianos son votos abstencionistas. El centro político es el cajón de sastre donde se acumulan los desencantados que sienten el voto como un deber y no como un derecho, una suerte de obligación autoimpuesta en cuya eficacia sin embargo no creen. Votar centro es como lavarse las manos a la manera de Pilatos, una ablución de la conciencia cívica que se agota en sí misma. El centro es la política sin ideología, y con ideas transitorias; es un hueco, una ilusión que, como casi todas las ilusiones, resulta inasible. Pero la política trata ante todo de cosas, de materia, de pilares, que es lo contrario del hueco. ¿Qué predica el centro? Libertad, igualdad, fraternidad. Mejorar las oportunidades de los ciudadanos. Muy bien, pero esto son vaguedades que también suscriben Le Pen o Trump, la diferencia es en el cómo: levantando muros de hormigón o saliéndose de la UE son dos propuestas. Seguramente rechazables, pero concretas. Aparte de posicionarse a favor de Europa, novena de Beethoven incluida, Macron no ha ofrecido nada, y de hecho este ha sido un posicionamiento a la contra, una reacción inevitable al planteamiento suicida de Le Pen. Así, Francia ha votado indefinición, ha votado verlas venir, ha votado paréntesis porque no podía votar otra cosa. ¿Es bueno Macron, es malo, es regular? Nadie lo sabe. Lo único que se sabe es que Le Pen buena no, y que mejor malo por conocer que malo conocido: al menos el que está por conocer concede un tiempo, un respiro, y acaso en ese tiempo aprenda algo y no salga del todo rana.
(El Norte de Castilla, 11/5/2017)