¿Hasta dónde nos tenemos que remontar? ¿Quién fue el primer agraviado? Suponiendo que al menos se llegase a concordar el origen de la discordia, ¿quién, desde entonces, ha sufrido más daño? ¿Y cómo evaluarlo, si en gran medida el propio concepto de daño conlleva un componente espiritual, esto es subjetivo? Por otro lado, ¿cómo intentar ayudar a quien no se quiere dejar? Netanyahu habla —o hablaba antes de Trump— de la <<animadversión>> que el Consejo de Seguridad de la ONU profesa hacia Israel (desde la elección del magnate devenido presidente, se ha anunciado la construcción de 566 viviendas en Jerusalén Este, y están pendientes de aprobar otras 11.000). Pero la animadversión es un lujo que solo se puede permitir el fuerte; Palestina en cambio implora un árbitro, pero nada asegura que, de aceptarlo Israel, fuera a respetar tampoco lo acordado, en primer lugar porque casi seguro no la dejasen, independientemente del contenido: Abbas es la piñata a la que golpean quienes tiene delante y muchos de quienes se supone lo sostienen. Los menos belicosos de entre sus apoyos niegan de entrada la existencia de Israel, y el tener como contrapeso nuclear “aliado” a Irán es algo que limita las iniciativas al más audaz.
Hemos mencionado Jerusalén Este. Acaso sea la metonimia que sintetice mejor el conflicto. En la reciente conmemoración del medio siglo de la Guerra de los Seis Días en lo único en que los discursos oficiales de uno y otro lado —firmes pero no incendiarios— señalaban como innegociable era la soberanía sobre JE (que en el caso de Israel implica, por descontado, también la de la zona oeste). Si Israel lleva décadas ignorando las resoluciones condenatorias de la ONU, si considera que la ciudad le pertenece, que es su derecho divino —y por tanto defenderla su obligación—, y si Abbas está dispuesto a ceder —suponiendo le dejasen, insisto— máximo hasta la capitalidad de Jerusalén Este… El futuro es hoy, y hoy han sido los últimos 50 años.
(El Norte de Castilla, 29/6/2017)
@enfaserem