Durante cincuenta y seis años —desde cuando terminó la última guerra civil— el coronel no había hecho nada distinto de esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban.
Otras mujeres vestidas de negro contemplaban el cadáver con la misma expresión con que se mira la corriente de un río.
Regresaron en silencio. El médico concentrado en los periódicos. El coronel con su manera de andar habitual que parecía la de un hombre que desanda el camino para buscar una moneda perdida.
Un poco después de las siete sonaron en la torre las campanadas de la censura cinematográfica. El padre Ángel utilizaba ese medio para divulgar la calificación moral de la película de acuerdo con la lista clasificada que recibía todos los meses por correo. La esposa del coronel contó doce campanadas.
—Mala para todos —dijo—. Hace como un año que las películas son malas para todos.
Bajó la tolda del mosquitero y murmuró: <<El mundo está corrompido>>.
—Nunca es demasiado tarde para nada —dijo el coronel.
Lo sintió completamente humano, pero inasible, como si lo estuviera viendo en la pantalla de un cine.
Masticó oraciones hasta un poco después del toque de queda.
Tít: El coronel no tiene quien le escriba
Autor: Gabriel García Márquez
Ed: BIBLIOTEX SL