La mejor manera de que una mentira funcione es que uno mismo se la crea. No obstante toda ley tiene excepciones, y a partir de cierto punto la realidad se impone por mucha fe o ceguera con la que se quiera blindar la mentira. Acaso el sátrapa, siguiendo un patrón inmemorial, comenzó creyendo que la satisfacción de sus delirios de grandeza eran también lo mejor para su pueblo, pero hacía ya más de cuatro décadas que la situación de Libia le había arrebatado cualquier duda genuina que pudiera albergar.
Tras la resolución de la ONU – aprobada en febrero por 15 a 0 -, Zapatero dijo: Gadafi no nos engañará.>> Han pasado ocho meses de guerra civil y en el ínterin hemos sabido que el sátrapa utilizaba munición occidental, entre ellas española; que Libia producía 1.600.000 barriles de petróleo diarios antes de estallar la guerra; nos han recordado los no tan lejanos abrazos sonrientes del sátrapa con quienes firmaron la resolución. Es pues legítimo ahora, y muy natural, interrogarse sobre la pureza de intenciones de la declaración y el apoyo a los rebeldes: sobre quién engaña o ha engañado.
Los rebeldes tasaron la cabeza del sátrapa en un millón de dólares, como en los westerns, y efectivamente al final ha sido ejecutado, y su cuerpo exhibido en el mercado como el de aquel otro sátrapa italiano, sin conocer la tierra que el Corán demanda para todo musulmán. Los rebeldes se han pasado el texto sagrado por la sura, y es que el poder aquí y ahora tiene mucho más atractivo que el paraíso de Alá en el más allá. No quiere darse a entender que el pueblo añore al sátrapa, pero el argumento de que el mundo está mejor sin él es tan vacío como taimado; por descontado cualquier pueblo no desea el yugo arbitrario de un sátrapa, pero las actuaciones y declaraciones – > – de los rebeldes alarman como una nubarrón que se aproxima lento y seguro. El poder es el más poderoso transformador de conciencias.
(El Norte de Castilla, 27/10/2011)