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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Corazón tan blanco

Y ganó. Es decir, no perdió, que es lo que suele ocurrir cuando uno se ve arrastrado por una epidemia de euforia anticipada al momento de cruzar la meta. Ganó, sí, consiguió eso tan simple y difícil de convertir el propósito en acto – la ilusión en voto -, más aun si se trata de propósitos ajenos. Una semana después de la victoria en las urnas y un par de meses antes de la ocupación del despacho con forma de huevo, el perfil del hombre apenas si puede dibujarse con mina gruesa y a trazo inseguro; otra cosa es utilizar un solo color de mina. Raúl del Pozo escribió que la vida de un hombre puede resumirse en cincuenta palabras. Y aun en menos. Hawái,  inmigración, mezcla, Chicago, Harvard, abogacía, comunidad, Kenia, póker, derechos civiles, Michelle, sueño, proyecto, esperanza, audacia, elocuencia, elegancia, Miles Davis, fundación, racismo, sanidad, Senado, dentadura, unión y Unión, trasparencia, comisión, oratoria, carisma, carrera, presidencia, cuarenta y cuatro, corazón.

No hace falta pues acudir a la  otra palabra para definir al hombre, a ese adjetivo plural y vasto como un océano, repetido cual mantra incansable por bocas, imprentas y letras internautas desde que se postulase candidato en las primarias demócratas. La R.A.E. da en su próximo diccionario dieciséis acepciones del vocablo negro, además de otras tantas expresiones que lo utilizan. Negro es el cuerpo que no refleja ninguna radiación visible, la ausencia de color, la persona de piel negra, lo deslucido, lo clandestino o ilegal, lo sucio, lo melancólico o infeliz o triste, el enfadado, el que trabaja detrás de la sonrisa parlante de otro (mayormente redactando discursos). También entre las expresiones priman las de sentido aciago o directamente despectivo. Tener la negra, poner negro a alguien, estar con la negra (carecer de fondos: o sea estar sin blanca)… en este plan. Basta un repaso a vuelavista para comprobar que casi ninguno de los significados se ajustan a lo demostrado por el hombre en campaña, que de hecho designan lo opuesto. Hemos terminado por reducir sólo a su significado más epidérmico un vocablo riquísimo, igual que el compadrito Chávez – “Ganará el negro” – y el caimán Berlusconi – “Es guapo y está muy bronceado. Lo hará bien” -, y con ello omitido el centro del asunto, el político detrás de la imagen. La pregunta a plantearse entonces es qué pensaríamos de Obama si tuviera la piel blanca de McCain.

Y si logramos trascender el pigmento, el brillo vago del don del carisma, su locuacidad de flautista de Hamelín y los eslóganes maximalistas escritos por el negro de turno (que puede ser blanco, como el de Obama), uno jamás ha presentido un corazón tan blanco en los casi siempre podridos senderos del poder. A lo que tal corazón y tal cabeza – en el fondo son lo mismo – han demostrado y puedan demostrar es a lo que deberíamos atenernos, de igual modo que un regalo no lo valoramos por el envoltorio sino por el contenido de la caja. En su discurso antes del tiro, Martin Luther King dijo soñar con que sus cuatro hijos pudieran crecer en un país donde no se les juzgase por el color de su piel. Bien, ese día no ha llegado aún.

(El Norte de Castilla, noviembre de 2008)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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