Conocemos los hechos, los desnudos, dolorosos y fatales hechos. Conocemos a los figurantes de la tragedia; a la víctima, a las fuerzas contrarias, al héroe que esas fuerzas contrarias han hecho pasar por asesino. Y conocemos también ya, por fin, el momento exacto del desenlace. Que llega con 17 años de retraso, si es que en verdad podemos afirmar que ha llegado; nunca un tercer acto se prolongó tan absurdamente, nunca las fuerzas contrarias al héroe se exprimieron tan patéticamente en pos de mantener o incrementar su estatus de poder, único Leitmotiv de sus acciones. Y todo apunta – ay – a que se seguirán exprimiendo. En el clímax del tercer acto los tribunales se pronunciaron y los médicos refrendaron la decisión judicial: “Esta paciente no se va a enterar de nada. Su cerebro no tiene, sencillamente, la capacidad para sufrir”. No obstante las fuerzas contrarias se obstinaron en perpetuar la situación, o sea el dolor del pobre Beppino Englaro, el único que en realidad ha sufrido en todo este lamentable drama. La ciencia, sí, asegura que resultaba imposible biológicamente – es decir humanamente – que Eluana haya sufrido, pero el Vaticano insistió e insiste aún en su letanía de agonía, y Beppino Englaro aguatando. Se conoce que a la Iglesia 17 años de sufrimiento de un hombre no le parecen bastantes. La católica es una religión erguida sobre el pilar de la culpa; partiendo de esta base, cualquier mal que a uno le sobrevenga ha de ser aceptado con resignación. De este modo se asegura no súbditos pensantes sino mártires con la cerviz agachada. Los súbditos pensantes no interesan, no vayan a cuestionar el tinglado y terminen mandándolo todo al garete. A través de la culpa, vía eficacísima, la Iglesia consigue anclar su posición de dominio. Objetivo que la enmarida con la segunda fuerza contraria, el gobierno de Berlusconi. Éste carece del monopolio de la culpa – con la amenaza de los infiernos eternos que lleva implícita -, de la incuestionada posición de omnipotencia – ¡Quién la pillara! – de la Iglesia, por lo que en ocasiones se ve obligado a cambiar de baraja e incluso las reglas del juego. Igual que la Iglesia se pasa por el forro de terciopelo púrpura las certezas de la ciencia, el gobierno utiliza las sentencias del Supremo como papel de váter si la situación lo exige, y que le den muy mucho a Montesquieau, él nunca tuvo que conseguir voto alguno. El secretario de Estado calificó la resolución del Alto Tribunal como “la primera condena a muerte vista en Italia desde 1948”. Toma ya. Para que luego acusemos a Chávez de populista.

Y frente a estas fuerzas contrarias se ha erguido y se yergue un hombre bueno que sólo ha pretendido cumplir la voluntad de su hija, que – y se omite no sin frecuencia, dolosamente – se ha probado sin sombra de duda era la de no terminar como ha terminado. Para ello el hombre no ha optado por el camino más fácil, hacer clic él u ordenarlo hacer tras el accidente: ha respetado el proceso que otros han pretendido dinamitar con decretos exprés y palabras prostituidas. Una dificultad tras otra le ha ido asediando y él ha resistido con arrojo sobrehumano, como héroe que es. Ahora sólo pide descansar, pero algunos insisten en que siga resistiendo.

(El Norte de Castilla, febrero de 2009)