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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Lectores de sombras

Eran material memoria para dinosaurios o antropólogos culturales, entradas de la enciclopedia que sabíamos ahí pero intocadas, cuya presencia nos daba incluso como un poco de asquito. Eran estatuas de sal, inevitables, el recuerdo de tiempos y formas obsoletos, fósiles cuya imagen conservábamos sólo por peculiar, por el respeto debido a los pioneros, en realidad más por rutina adquirida que por verdadero interés o deferencia. Considerábamos sus pensamientos puro formol, y, sobre todo, formol superado. Ahora volvemos a ellos como el hijo extraviado que retorna al hogar en busca de consuelo, como el alumno rebelde que ha de pagar su pecado de vanidad pidiendo consejo a su mentor despreciado. Freud y Marx ya no son sólo el venero subterráneo de las películas de algún director de cine italiano decadente, ya no se limitan a guardar polvo en anaqueles de silencio, ya no a guardar silencio en anaqueles de polvo. El nombre de Hegel ya no lo asociamos con una mayonesa alemana. Con ojos angustiosos fatigamos sus obras en busca de la respuesta olvidada o nunca atendida. Pero cómo, pero cuándo, pero por qué. Regresamos a los principios básicos de estos y otros lectores de sombras, que el fulgor de la riqueza, sirena irresistible, nos había arrebatado. ¿Quién necesita principios mientras la caja fluya? Marx, el otro Marx, apuntó: “Señora, estos son mis principios. Y si no le gustan, tengo otros”. Principios intercambiables o no tener ninguno, tanto da: el éxito no necesita de certezas, se justifica por sí mismo, es su propia certeza. El éxito ciega, y el éxito de riqueza no iba a ser una excepción. Desarrollemos pues un sistema donde cualquier principio, general o particular, se subordine a la obtención, y consecuente maximización, de la riqueza. Donde, si es preciso, el propio fin justifique nuevos principios capaces de fortalecerlo. “Greed is good”. La avaricia es buena; es, por tanto, necesaria. Así que optamos por ella, y con resultados jugosos, inmediatos, sorprendentes incluso para nosotros. En vez de la dictadura transitoria del proletariado optamos por la dictadura perpetua del capital. Hicimos bien en regatear la primera, pero tal regate no implicaba abrazar la segunda. Bakunin, otro lector de sombras, demostró que toda dictadura tiende por naturaleza a perpetuarse. Y qué. Qué importa una dictadura perpetua si los resultados – evidentes, y que cualquiera terminará recibiendo antes o después – explican su adopción. Pero un momento, seguro que alertó alguien: ¿No nos enseña la Historia que todas las dictaduras se autoexplican por sus resultados; y que, pese a su tendencia natural a perpetuarse, todas han terminado cayendo? ¿Por qué la dictadura del capital iba a ser diferente? Nadie quiso prestar atención al bufón: el esplendor en la corte era cada día más intenso, las luces más brillantes, el champán con más burbujas. Luego la corte hizo crac y quedó demostrada la razón del bufón. Era el año 29 del pasado siglo. Freud confirma que en el psicoanálisis no existen los accidentes. Tampoco existen en economía. Ahora, extraviados y ansiosos en la sombra, pedimos ayuda. Si finalmente llega, ¿repetiremos los mismos, puntuales errores? La Historia no ha de ser un espejo de ceniza.

(El Norte de Castilla, abril de 2009)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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