Sin poner en duda el poder ciceroniano de la oratoria de Isabel Celaá, el viraje fuenteovejuno de 180 grados que han dado los editores de libros de texto tras su reunión con la ministra portavoz es digno de constar en los anales de las revelaciones epifánicas junto a la caída paulina del caballo. Entraron enarbolando denuncias airadas de intrusismo político, delirium tremens jurídico (1.700 normas en la última década, 450 legislaciones autonómicas distintas relativas a la edición), sesgo regionalista… Y salieron afirmando que nones, que todo eso pertenecía a un pasado remoto y superado, allá por el 2001, hoy algo anecdótico.
A uno le reconforta constatar la apertura de miras y oídos de los editores, capaces así de matizar o cambiar la opinón propia, signo del verdadero, honesto intelectual, pero los hechos ahí, y argumentar que hoy la sombra del adoctrinamiento está disipada porque los datos son de hace veinte años —cosa, por otro lado, en absoluto clara— es como decir que ya no hay que preocuparse por el calentamiento global porque los últimos datos de que se disponen son —pongamos— de hace un lustro. Basta echar un ojo a la fiebre anual de la EBAU: no solo los exámenes son distintos en función de dónde se presente el alumno, también la convalidación de asignaturas, la propia materia de estas… El saber, en España, no es uno ni universal; para los adolescentes son al menos diecisiete, o uno al azar de diecisiete versiones. (Y digo <<al menos>> porque se han llegado a editar hasta 25 variantes para una misma asignatura y curso). Puede que te toque aprender sobre la <<Corona catalanoaragonesa>>, que Lázaro Carreter era un un demagogo centralista… Hasta las matemáticas, el más aséptico de los saberes, cuenta con manuales distintos.
Este desparrame legal y de contenidos confunde, como es lógico, la ya de por sí confusa mente de un alumno de esa edad. Que al terminar bachillerato solo quiere olvidar cuanto antes lo —mal— aprendido.
(El Norte de Castilla, 19/9/2019)
@enfaserem