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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Documental velado

A muy pocas obras cabe atribuirles el calificativo de fundacionales, y con en torno a ochenta años de cine en el retrovisor resulta si cabe más improbable; pero hay que bucear mucho y largo, y acaso en vano, para dar con otra cuyo enfoque y rasgos formales puedan emparantarse con Sin sol, aun en la por entonces —1983— ya larga y heterodoxa filmografía de Chris Marker. Y tampoco es que haya dado lugar a una familia de empeños ansiosos por seguir su estela; ni ansiosos ni calmados. Tal vez para bien. Sin sol es un artefacto tan deslumbrante como inaprensible, uno de esos ante los que muy probablemente sea más sensato tomar algún aspecto aislado, diagonal, que intentar emular.

Enciclopedias y bases de datos la enmarcan dentro del género documental; las que más afinan, pese a la paradoja aparente, hablan de documental-ensayo. ¿Es posible armonizar la objetividad del documental con la subjetividad del ensayo? Cierto: la objetividad pura, en arte, no existe, y el cine documental no es una excepción; el conceder más segundos de metraje a la intervención de un entrevistado que a la de otro, de descartar la de un tercero, el añadir una breve frase musical a tal imagen o dejarla en el silencio… Todas y cada una de las decisiones, aun las inconscientes —casi con certeza, sobre todo las inconscientes—, influyen en el producto final. Pero la vocación de veracidad, de no falseamiento de la realidad expuesta se halla en la raíz del documental, y en este sentido sí puede hablarse de objetividad. Por su parte el ensayista, sin ignorar unos hechos generalmente aceptados, vierte una postura que se desvía en mayor o menor grado de la lectura común de esos hechos y hasta la contradice (en los mejores ensayos se dan desvío y contradicción, o bien una lectura inédita), pero en cualquier caso se trata de una postura rebatible, abierta a la enmienda —incluso por el propio ensayista—: es por tanto una postura tentativa (el ensayista ensaya). ¿Entonces? Entonces la etiqueta no termina de convencer. <<Documental-ensayo>> se atribuye casi siempre a obras en las que una voz en off comenta imágenes que se suceden en pantalla, un poco a la manera del profesor que diapositivas de cuadros a sus alumnos. El guion pues entre <<documental>> y <<ensayo>> es más separador que conector, nada que ver con la fusión orgánica de la cinta del cineasta francés. Que de hecho también escapa a la etiqueta entendida en conjunto. Y ello porque —pese al dictamen de las encuestas más reputadas, que la posicionan sin falta entre los diez mejores documentales de la historia— Sin sol se puede —y quizá habría que— considerar una obra de ficción.

Se articula en base a la lectura, por una mujer anónima, de las cartas que recibe de un camarógrafo (Sandor Krasna) en las que le relata distintos viajes alrededor del mundo, con especial incidencia en África —en concreto, un par de sus más castigadas naciones, Guinea-Bisáu y Cabo Verde— y Japón —sobre todo Tokio—, <<dos polos extremos de supervivencia>>. Aquí se produce el primer deslizamiento de la etiqueta. Las imágenes que vemos en pantalla son imágenes documentales, registros de la realidad, pero a la vez mentales —plenamente subjetivas, imaginadas—: son las que le surgen a la lectora al leer las cartas. Y tampoco hay solo registros de la realidad. Para ilustrar las impresiones que le causó San Francisco, viaje motivado por su obsesión por Vértigo —<<el único film capaz de retratar la memoria imposible, la memoria demente>>—, se muestran imágenes tomadas de la cinta de Hitchcock. En Japón, un colega de Krasna, Yamaneko, artista visual y tecnoadicto, deconstruye/reconstruye con sintetizadores electrónicos las imágenes filmadas o fotografiadas por aquel —es decir, las de la mente de la lectora—: también las vemos. Además, se incluyen insertos de fotografías e imágenes de archivo no atribuibles a Krasna.

Pero el de la naturaleza bifronte, objetiva/subjetiva, de las imágenes no supone el deslizamiento más acusado. En los créditos conocemos de la participación de Michel Krasna, hermano menor del camarógrafo, que se ocupa de la banda sonora; sin embargo, ni los textos de las cartas ni las imágenes filmadas son de Sandor, ni las composiciones electrónicas de Yamaneko ni la banda sonora de Michel: la escritura de los textos, la filmación de las imágenes y su ocasional tratamiento electrónico, la armonización de los sonidos fueron realizadas por la misma persona que aparece —únicamente— como montador: Chris Marker. Tenemos un cineasta total —escritura, filmación, sonido, montaje— envelado en distintos fantasmas y cuya película se compone, como un collage, de imágenes de distintos formatos a la vez documentales e imaginadas (por la introducción de un cuarto fantasma sin nombre: la lectora). Si esto no es una obra de ficción, o al menos híbrida, entonces cuál (que carezca de trama —huelga decir— no la inhabilita como ficción).

Este baile de velos no es un truco más o menos ingenioso, una ocurrencia huera —si así lo fuera, Sin sol no sería la obra maestra que es—: gracias en buena parte a él los temas explorados —entre otros, la fragilidad y la fragmentación de la memoria; la desigualdad en el desarrollo socioeconómico; el horizonte incierto de la tecnología— adquieren una profundidad y un embrujo mucho mayores, pues el espectador se ve inmerso en una realidad porosa y no prefijada, de múltiples estratos, con la obligación de completar los vacíos o espacios parciales, de dar alguna luz a los rincones en sombra. El otro factor determinante en la realización, auténtico eje conformador —como debiera ser siempre— del espíritu del film es el montaje. Yuxtaposiciones cromáticas, temáticas, en función del tipo y textura de imagen, por atracción… El resultado es una suerte de poema visual que no abandona la narración y que además expone o alude —ensaya— una postura crítica. El propio Marker calificó el resultado de composición musical (Sin sol toma prestado el título de un ciclo de canciones de Músorgski). Podríamos hablar también de diario de viajes. En cualquier caso, este bosque de etiquetas no hace sino subrayar la condición de obra inclasificable, quizá principio y fin, marginal en el mejor sentido y que demanda revisarse cada tanto. Como en los sueños repetidos, siempre descubriremos algo nuevo.

(La sombra del ciprés, 27/9/2019)

@enfaserem

 

Ficha del film

Tít.: Без Солнца SUNLESS Sans Soleil

Año: 1983

Dir.: Chris Marker

Ints.: —

Francia, documental/drama, color/blanco y negro, 100 mins.

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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