Comenzó siendo una de las millones de granadas catódicas con que a diario se bombardea el espacio informativo, más o menos con el mismo fuste y longevidad que la última adopción de Angelina Jolie o el último robado a Beyoncé, en vaqueros y sin maquillar. Hoy ya no puede ignorarse, pese a que muchos insistan en el desdén, quizá la forma más peligrosa de ignorancia.
El empleo se posiciona encuesta tras encuesta entre los primeros, si no en el primero, lugares de las <<preocupaciones>> ciudadanas, y con razón evidente. Pero el encuestado tipo identifica empleo no con trabajo sino con llegar a fin de mes. La preocupación no es tener que hacer sino tener que comer (bajo techo propio). La Renta Básica Universal agudiza la cuestión política por antonomasia, que como política es ante todo humana: dónde establecer el límite. Hay dos hechos innegables: que una cantidad abrumadora de empleos de cualificación media-baja va a desaparecer y que el mundo se sigue llenando y llenando de gente —7.600 millones hoy, mil más dentro de diez años y en crecimiento exponencial, según la ONU—. ¿Soluciones? Goethe prefería la seguridad al desorden, y millones y millones de personas hambrientas no dibujan precisamente un panorama ordenado y estable. Entonces hay que dar —ojo: sin preguntar y a todos, sea cual sea la renta—, una cantidad que atocine la revolución pero que no incite a emprender. Hoy el ocio —en su sentido más amplio, desde las egregias composiciones barrocas hasta los vídeos más chabacanos; desde la preparación de una maratón hasta el senderismo— es virtualmente gratis, y virtualmente infinito; pero ni siquiera se trata de elegir entre un ocio que puede también llegar a saturar y un jefe coñazo: guste o no, antes o después el trabajador tragará, porque no le queda otra salida que tragar. De esta forma se ahondará la uniformización gris del pensamiento y las costumbres y la diferencia material entre los de arriba y el resto.
(El Norte de Castilla, 5/12/2019)
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