Hasta hoy, el requisito había sido el de padecer un sufrimiento insoportable, una enfermedad sin vuelta atrás: y haberlo solicitado con insistencia y templanza, y tras un doble filtro médico y el asenso último, peldaño final, de una comisión. Solo entonces podía el solicitante obtener el adiós. Entre los a favor de la eutanasia —recordatorio: mayoría— una ampliación del abanico de supuestos no se había planteado. Pero Países Bajos —donde la eutanasia es legal desde 2002— respira diferente, y el restringir el adiós a una etiología intolerable del dolor les viene pareciendo desde hace unos años justamente eso, intolerable, o al menos discutible; por lo que ahora la sanción legislativa quizá se amplíe al cansancio de vivir, a quien considere ha dicho todo lo que tenía que decir y completado su ciclo.
¿Debe el Estado permitirlo? La casi seguro primera consecuencia sería el incremento de la tasa de suicidios; no se dice nunca —tabú-tabú— cuando se informa de la última masacre en un centro comercial y se echa, con no poca razón, la culpa a la venta libre de armas, pero muchas más vidas se arrebatan por fuego propio que por ajeno en EEUU. Pastilla o pistola en la mesilla, la fácil disponibilidad crea su propia atracción en momentos de agonía. Por supuesto, el tamiz de filtros para conceder la pastilla no es menos férreo que para la eutanasia, pero, sobre todo desde el lado del evaluador, las situaciones no son equiparables, y ante el cansancio vital ajeno las dudas, qué duda cabe, más hondas. ¿Cómo evaluar algo tan íntimo? ¿Dónde establecer el límite? Sin embargo, la propia dificultad de la evaluación, la insistencia del cansado y la trascendencia de la petición demuestran que el deseo de adiós no es ilusión pasajera. Acaso resulte incomprensible, pero cómo oponerse, en base a qué. No se trata de <<facilitar>> la muerte a demanda; se trata de asumir la libertad ajena —que es la propia—, y de admitir que ciertas situaciones nos desbordan.
(El Norte de Castilla, 13/2/2020)
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