El remolino de aplausos que cada tarde emerge puntual, como según la canción de Mecano solo habíamos conseguido hacer hasta ahora los españolitos a la vez al tomar las uvas, es el signo más evidente, mas no el único, de un lecho vasto y hondo que ha ganado no solo a los españolitos, el de la solidaridad: es imperativa, no solo fuerza moral sino económica, a todas las partes beneficia… Una letanía incansable, entre pedagógica y bienintencionada.
¿Pero cierta? Salvo casos aislados, lo es en teoría y en la práctica, y cómo no celebrar su renovado fulgor. Distinto es que este se mantenga cuando las circunstancias se disuelvan y la solidaridad haya dejado de ser una necesidad para la supervivencia propia. No se trata de darwinismo, de hobbesianismo, de pesimismo; las crisis agudizan los atributos del hombre también para el mal o el egoísmo, solo que la particularidad estanca de la que atravesamos limita casi por completo su ejercicio, y si ahora la luz de la solidaridad nos ciega y hace olvidar, basta mirar la historia.
A la historia o al presente, en las esferas donde aún hay margen para la elección. Desde Boris Johnson a los ricos del Eurogrupo, por no irnos más lejos, late, y al vaivén de cómo se levante el virus asoma, un resquemor, un deseo de enrocarse por completo si pudieran. Nosotros, ciudadanos de zapatillas, no somos distintos, solo nos movemos en una esfera más modesta; pero al cabo quien suela dar los buenos días los seguirá dando, y quien tirar el envoltorio del dónut donde le pille, pues muy probable que ahí.
(El Norte de Castilla, 15/4/2020)
@enfaserem