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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Hitler, suicida

Aún hoy, tres cuartos de siglo después, es común la idea de que el suicidio del <<hijo atroz de Versalles>>, como lo denominó Borges, no fue más que un acto de cobardía, el ejemplo más elocuente de la falta de agallas de un hombre forjado en la impostura que no quiso afrontar el bochorno que los juicios por el Holocausto infligirían en su orgullo, y prefirió la salida previa por la puerta de atrás. Ni una uña de épica en el acto, el lógico punto y final de un impotente resentido.

Esta narrativa pasa sin embargo por encima del hecho capital de que el impotente logró que una de las naciones más potentes del mundo lo siguiera en su resentimiento. ¿Fue Hitler un loco para quien el destino, en una aberración inédita, quiso dar realidad a su locura? ¿Fue un timador de talento sin igual, preocupado en realidad solo por perpetuarse en el poder de la manera más desmesurada posible, y los judíos la excusa más eficaz para su objetivo? Que estuviese loco no quiere decir que no hubiera método en su locura; el lógico y el loco pueden convivir en la misma psique, y las últimas horas de la vida de Hitler presentan un fatalismo tranquilo que sugiere tenía ya tomada la decisión desde hacía mucho si la coyuntura llegaba a producirse.

Lo cual arrumba la narrativa del cobarde abochornado y sugiere otra, la de un Hitler que creía que su misión lo trascendía, y que se consideraba el primer responsable del fracaso. Narrativa mucho más pertubadora, pues difumina la pátina diabólica y nos recuerda que, como nosotros, al cabo no fue sino un hombre.

(El Norte de Castilla, 29/4/2020)

@enfaserem

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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