El Gobierno Trump ha apuntalado otro hito memorable en su currículum al llevar a cabo la primera ejecución federal en 17 años, tras haber reinstaurado la pena de muerte a ese nivel y pese a los cada vez más Estados —aunque uno solo seguiría siendo demasiado— que la están aboliendo/suspendiendo. Hay 61 presos en espera de la guadaña federal, cabe imaginar que implorando piadosamente al cielo, no menos que jurídicamente al Supremo, por que Trump no repita en noviembre y la futura administración vuelva a meter la guadaña en el desván.
Cuán triste y descorazonador, por lo que muestra de la capacidad del hombre para el cambio y para aprender de sus errores, que a estas alturas de la película sigamos discutiendo si matar administrativamente está bien o mal. <<Bien>> y <<mal>> son términos bastante elásticos, pero llega un momento en que la elasticidad no da más de sí y el concepto se rompe. De hecho, en el presente caso —una excepción— la elasticidad no existe: el concepto es absoluto: está mal y punto, sin enmiendas ni notas al pie. <<Soy inocente>>, ha afirmado el ejecutado antes del chute de pentobarbital, pero la culpabilidad tampoco es un factor en el debate; podría ser culpable y haber asesinado no a tres personas sino a treinta, que la pena igual de insostenible. Cosa esta ante la que la mayoría-anti —también entre el ciudadano más allá de las fronteras estadounidenses— pega un bajón notorio. <<Hombre, yo estoy en contra, pero alguien que se carga a cinco niños…>>.
Y esta fisura original aboca en la ruina del edificio.
(El Norte de Castilla, 22/7/2020)
@enfaserem