Tal que hace un siglo se ratificó la Decimonovena Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, por la que el sexo (o el <<género>>, diríamos ahora: igual hay que poner una enmienda a la enmienda) ya no podía impedir el ejercicio del voto. Las mujeres tardaron pues cincuenta años más que los (hombres) negros en que se les reconociera el derecho. ¿Significa esto que hasta el 2059 no habrá una mujer en el Despacho Oval? Parece un poco demasié, pero si repasamos la historia reciente, y el panorama de la carrera presidencial recién disparada, quizá no tan inverosímil. Hacia atrás, tenemos a una que obtuvo mayor porcentaje de votos que el vencedor, y que se quedó sin despacho (aquí entran en juego otros factores, pero con todo); hacia delante, la que tiene más posibilidades de alcanzar alguna influencia real en el Oval corre como escudera del candidato demócrata. Mujer que además es negra (y guapa).
¿Sería una vicepresidenta apta? Condoleezza Rice demostró ser el halcón más dotado del gabinete/Bush, y no hay que rascar mucho para señalar qué político europeo es quien merece con mayor justicia la calificación de estadista. Lo descorazonador es que la conjunción de sexo y raza hacen a la posible vice automáticamente sospechosa de cuota; las cuotas de las encuestas no son menos determinantes que las legales, y el equipo de Biden la ha elegido, antes que por su valía, por esos accidentes. Puede ser inteligente, honesta, laboriosa… pero incluso sus partidarios ven antes el color de la piel y la falda: justo lo que no quería Luther King.
(El Norte de Castilla, 19/8/2020)
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